Ruido, la reciente novela de Álvaro Bisama, habla sobre el pasado de un país y de la gente que habitaba en él. O bien de la gente que habitaba en los márgenes. La gente de provincia, con los vicios de la provincia, como el infierno grande que es la provincia.
Es el Chile de mediados de los 80, es la dictadura de Pinochet y es la vida de los que tuvimos 10 ó 15 años cuando vimos en la noticias de la tele que en Villa Alemana había un chico llamado Miguel Ángel Poblete a quien se le aparecía la virgen para decirle cosas.
Todos recordamos los hechos, pero no todos recordamos lo que pensábamos entonces. No lo recordábamos hasta ahora que esta novela nos trae de vuelta los recuerdos llenos de ruido, como un vendaval que viene desde lejos.
En Ruido, la voz que narra (“la voz parlante”) dice:
(Página 20):
La memoria es eso, incluso para los fantasmas: basura que cruza distancias siderales, escombros que quedan en sitios baldíos, restos de naufragios que atraviesan el mar helado, ruinas que flotan en el tiempo.
Ruido es como aquella canción de Sepultura (y la cita viene al caso porque los personajes terminaron escuchando a Sepultura y a otras bandas que hablaban del infierno, o peor, del fin del mundo). Como aquella canción de Sepultura llamada, en castellano, “Del pasado vienen los tormentos”.
El disco donde está se llama Schizophrenia y fue editado en 1987. Álvaro tenía doce años en ese tiempo. Todos teníamos 12 años. Esa es la edad cuando uno, luego de aprender a leer, comienza a leer de verdad.
En 1987 muchos escuchábamos a Sepultura.
En 1987 también vino el Papa.
En 1987 Miguel Ángel todavía veía a la virgen.
En 1987 se abrieron los registros electorales para el plebiscito de 1988.
Aquello no ocurría desde noviembre de 1973.
Para entonces Álvaro ni los personajes de esta novela aún no habían nacido. Sin embargo, tarde o temprano se acercarían al rock. El rock sería un refugio, una forma de defenderse pero a veces también una forma de atacar.
Es imposible no leer Ruido sin acordarse de El cuerpo, la novela breve de Stephen King que inspiró la película Cuenta conmigo y que trata de un grupo de chicos se interna en un bosque en busca de un muerto. Pero lo que importa no es el muerto, es la experiencia de buscarlo y, por consecuencia, Cuenta conmigo es una novela sobre crecer.
Pero en Ruido no hay bosques ni hay muerto.
Hay un cerro pelado y un santo.
Y la gente crece igual.
La gente creció igual.
(Página 48):
¿Cómo crecimos?
Crecimos con el sonido de la voz de nuestros padres viniendo de lejos, convertida en un murmullo sin sentido que nos quemaba los oídos.
Crecimos con el vidente y su sangre falsa. Crecimos con la sensación de que había un mundo ahí afuera que se estrellaba a veces con el nuestro. Crecimos con el eco de la guerra sucia. Crecimos con la voz baja de quien habla de muertos. Crecimos con el sonido de la radio de fondo: de cómo las canciones de amor se intercalaban con las noticias de las bombas, el relato de los fosos abiertos y llenos de cal donde los pelos se habían pegado a los huesos y la piel se había retirado de los labios, y todas las bocas estaban abiertas en esa oscuridad húmeda. Crecimos con dibujos animados encendidos siempre, en la espera idiota de que terminaran todos esos programas evangélicos en las mañanas. Crecimos con un tren que pasaba a la hora para ir al puerto. Crecimos con los cerros incendiados de esos veranos tórridos y la escarcha delgada del invierno que el adobe de nuestras casas trataba de tapar.
En Estrellas muertas, su novela anterior, Álvaro Bisama cuenta la historia del derrumbe de una historia de amor, de la vida de ciertos universitarios a comienzo de los 90; de una ilusión que se pudrió demasiado rápido tras el fin de la dictadura.
Ruido, en cambio, trata de responder una gran pregunta, que en realidad son cuatro:
¿Qué pasó antes?
¿Qué pasó después?
¿Qué fue de nosotros?
¿Qué vimos después de que el vidente dejó de ver?
Revisa un fragmento acá.