Dos consideraciones hago de entrada. La primera, que esta vez no hablaré de música. Y la segunda, que nunca he sido un fanático de los Guns N’ Roses. Nunca celebré los desmadres de Axl, Slash, Duff, Matt, Steven, Izzy y Gilby o los plantones que provocaba Axl a sus fanáticos antes de cada show. Sí, reconozco haber bailado y cabeceado en fiestas de colegio “Welcome to the Jungle”, “Paradise City”, y “Sweet Child o Mine”. Pero más allá de eso, honestamente estaría faltando a la verdad.
Hecha la consideración, hace dos semanas Guns N’ Roses se cruzó en mi vida como tantas otras, sólo que esta vez, más por morbo que simple racionalidad, captó mi atención. Ahí estaba Steven Adler, el baterista original de los Guns, literalmente loco, hecho bolsa por la heroína, la cocaína, el valium y el licor Jagermeister.
Algo de eso hay en el libro “My Appetite For Destruction”, la historia interior de la banda que Steven integró en sus inicios y que lo vio lidiar intensamente contra las adicciones tan propias del rock y el show bussines.
Y es que después de cuatro décadas y todos los excesos mencionados, también hay que adicionar un par de temporadas en la cárcel, acusaciones de provocar sobredosis a la novia de Axl Rose, de maltrato a su novia, de alojar en su residencia a un violador y asesino y de incitar el suicidio de una amiga. Ese es Steven Adler, el primer baterista de Guns N’ Roses, el mismo que se autoproclamó la estrella de rock más auto-destructiva del último tiempo, y que ahora está dispuesto a compartir esa verdad dolorosa y llena de morbo en “Dr. Drew, Celebrity Rehab” de VH1 en el cable.
El daño ya estaba hecho. Adler se sumergió en el lado más oscuro de la vida y la miseria humana, pasando sus próximos 20 años de existencia sumergido en el infierno de las drogas como su combustible favorito. Y cuando su cuerpo ya no dio más, el músico aceptó la internación en el reality de VH1 para mostrarle al mundo que tenía la voluntad y la fuerza mental para vencer sus más extremos impulsos adictivos.
“Dr. Drew, Celebrity Rehab” muestra a un Steven Adler vulnerable en exceso y que no tiene problema alguno en mostrarse tal cual es, víctima humana de la reincidencia e incluso compartiendo un porro con la cámara a minutos de su internación. Raya para la suma. El músico vence, al menos en pantalla, su adicción al crack y la heroína bajo el cuidado del doctor Drew Pinsky, aunque para lograrlo haya expuesto sin límite alguno la crudeza de su enfermedad. Felicitaciones Steven.