El caso Freirina podría marcar un nuevo rumbo.
Nos referimos a una nueva forma de relación entre las empresas y la ciudadanía, una mirada donde el necesario empuje de progreso y trabajo que da la industria y el comercio, vaya de la mano del respeto y la dignidad de la gente. Donde un ser humano sea más que un stakeholder y donde las marcas luchen no sólo por estar en el «top of mind» del mercado, sino en el corazón de sus trabajadores y consumidores.
Un rumbo donde no se escuche a una ministra del Trabajo, como Evelyn Matthei, simplificando la problemática de un pueblo entre la elección de dignidad o cesantía… o a un ex Presidente, como Ricardo Lagos, expresando que no se siente responsable por una planta aprobada en su gobierno y que trastocó la vida de cientos de niños, jóvenes y adultos. «Una cosa es la aprobación ambiental que se hace un proyecto, y la forma en que ello se va evaluando. De manera que creo que es más adecuado -dijo Lagos- que cada uno se haga cargo de sus responsabilidades».
Freirina puede ser la partida de un desarrollo sustentable. De llevar a cabo ese tan de moda concepto de la «responsabilidad social empresarial». Pero hay varias señales políticas que deben darse de cara a la gente. Una donde la soberbia quede al margen y se asuman las culpas necesarias para avanzar en estos temas donde, tú bien lo sabes, Palabras sacan Palabras…