Ernesto Bustos recuerda un episodio fundamental en la historia de la banda.
La figura de Syd Barrett es, sin duda, una de las excusas más recurrentes para hablar de su vida tras abandonar Pink Floyd y recluirse en una suerte de viaje sin retorno.
Este 6 de enero, el genio y mentor de la sicodelia inglesa por excelencia, habría cumplido 67 años de turbulenta y ácida vida. Porque si de algo hay consenso en la gestación del mito, eso es que Pink Floyd nunca habría existido sin Syd Barrett.
Él fue el alma y motor de la agrupación en su origen, pero así como nadie discute la relevancia en esa afirmación, también habrá que convenir que cuando el músico perdió su norte, el resto de sus compañeros optaron por seguir el camino sin él.
Inglaterra vivía la segunda mitad de los ’60 y cuatro muchachos inquietos decidían juntarse para hacer música. Su carrera arrancó bien y pronto lograrían captar la atención de más de algún promotor de shows del naciente movimiento under londinese, amparados en el Club Marquee y UFO. “The Piper at the Gates of Dawn” se convertía en el suceso postrero del verano y el futuro ofrecía buenas perspectivas. Era agosto de 1967.
Sin embargo, el estado mental de Roger Keith «Syd» Barrett viajaba en sentido contrario. Entre su desorden mental y su adicción al LSD, Syd ya no era el músico prometedor que había sido y el grupo necesitaba un guitarrista que estuviera presente en cuerpo y alma. Ahí comenzaría la historia para David Gilmour y un “par” de sucesos que marcarían a fuego el destino de los Floyd.
Nick Mason, en la biografía que tituló “Dentro de Pink Floyd”, recuerda que un buen día, en la previa de un show en el puerto de Southampton, Roger, Nick, Richard y David decidieron no pasar a buscar a Syd. “En el coche, de camino para ir a buscar a Syd, alguien dijo, ‘¿Recogemos a Syd?’ y la respuesta fue ‘No, a la mierda, no vale la pena’”. Y la reflexión del baterista es más decidora todavía. “Relatarlo de una manera tan directa suena como si no tuviéramos corazón y fuéramos realmente crueles: es cierto. La decisión fue completamente cruel, igual que nosotros. Actuamos con estrechez de miras, aunque pensé que Syd se comportaba simplemente con mala intención y yo me sentía tan exasperado con él, que sólo podía ver el impacto que estaba teniendo a corto plazo en nuestro deseo de ser una banda de éxito”.
Acá va el segundo. Luego de ser ayudado por sus antiguos compañeros en sus dos discos solista, “The Madcap Laughs” y “Barrett” (ambos de 1970), el lunático Syd se recluyó cual ermitaño en la casa de su madre en Cambridge para no ver a nadie en años. Así nació la leyenda, pues después de abandonar amistosamente Pink Floyd, tuvo un momento de lucidez y decidió buscar a sus amigos siete años después. Sin previo aviso se dirigió a los estudios de Abbey Road, guitarra en mano -es falso que su objetivo era reclamar sus derechos de autor no cancelados a la fecha- para registrar sus partes en el nuevo álbum de la banda.
Es cierto que “Wish you were here” posee mucho de inspiración en su antiguo compañero y que “Shine on your crazy diamond” fuera la crónica de un relato presencial que mantenía el espíritu de Syd Barrett entre David, Roger, Nick y Richard, aunque el primero reconociera que todo surgió accidentalmente. Casualidad pura, llaman a eso.
Lo relevante, eso sí, habla de que la figura difusa de Barrett revoloteaba en el ambiente durante las sesiones de grabación, como si sus propios amigos lo invocaran… y sucedió. Un desconocido, de riguroso blanco, con la cabeza y las cejas afeitadas y con una bolsa del pan en la mano, se presentaba en Abbey Road ante el desconcierto de muchos que ahí trabajaban en el disco de Pink Floyd. “Ese tipo grandioso, gordo, calvo y lunático -recordó Roger Waters- era Syd… al menos, lo que quedaba de él”.
El primer Pink Floyd se mostró todo lo coherente que se podía esperar de él y se vio perdido durante esa visita. Tal vez ni él mismo tenía conciencia de lo que hacía en Abbey Road, aunque Nick Mason recuerda que sí preguntó en qué momento podría grabar su parte de guitarra. La respuesta que recibió fue simple. “No te preocupes, ya la grabaste”.
El “diamante loco” se perdió entre la multitud en el bar de EMI durante la fiesta de boda de David Gilmour. Los asistentes lo confundieron con un Hare Krishna. Después se marchó sin despedirse. Los cuatro músicos no le volvieron a ver y el 7 de julio de 2006 dejaba de existir, a los 60 años. El domingo pasado habría cumplido 67.