Cosas que pasaron en 1981. El incendio de la Torre Santa María, los atentados contra Ronald Reagan y Juan Pablo II y el regreso a Chile de los Jaivas después de 6 años. Tenía doce años recién cumplidos y mi viejo me llevó al Caupolicán para verlos en vivo. Vaya bautizo rockero.
Todavía se comentaba el fraude del plebiscito del año anterior (celebrado el 11 de septiembre), el mismo que, entre otras cosas, legitimaba en el poder a Pinochet y otorgaba poderes especiales y absolutos a la Junta de Gobierno.
En la ciudad alemana de Colonia, Los Jaivas terminaban “Alturas de Machu Picchu”. La cronología fue la siguiente: en mayo, registraban “Águila sideral” y “Sube a nacer conmigo hermano”; dos meses después, el 20 de junio, se grababa “Amor americano”.
El proceso se extendería hasta el 5 de agosto, finalizando con “La poderosa muerte”. Se inicia la gira Sudamericana que los traería de vuelta a Chile.
El reencuentro arrancó en Buenos Aires, el 14 de agosto, con un gran concierto en el Estadio Obras de la capital argentina. Los shows se repetirían en Córdoba, Mendoza, La Plata y Mar del Plata. En Chile se percibía tensión. Había desconfianza en el ambiente. Los militares podían impedir el ingreso de la banda, pese a que los cinco “Jaivas” no figuraran en ninguna lista negra…
El 15 de enero de 2003 era un día como cualquier otro. Por motivos profesionales me encontraba en Copiapó, haciendo una investigación para el diario Atacama y la corresponsalía de El Mercurio. Yazna y Ana lo deben recordar. Ellas estaban al tanto de casi todo lo que sucedía en esa redacción.
Pasada la hora de almuerzo, Radio Maray FM daba la mala noticia. Con mi editora nos miramos incrédulos. “No, no puede ser cierto. Cualquier otra cosa sí, pero le muerte de Gato Alquinta imposible”. Un segundo reporte, más preciso y ya con la probable causa de muerte, confirmaba lo peor: Eduardo Alquinta, el querido Gato, el mismo que había recorrido Sudamérica descalzo, sufría un paro cardiorespiratorio, mientras se bañaba en una playa contigua a Coquimbo.
Por instantes, la pantalla del computador se me vino a negro. Otro colega, corresponsal de Radio Cooperativa en Atacama, nos avisa que va viajando a La Serena, que puede despachar a la brevedad.
El dolor era grande y con mucho esfuerzo -debo reconocer- logré titular la crónica del día siguiente en las páginas centrales haciendo un juego de palabras con “La poderosa muerte”.
Recordé la partida de Gabriel Parra, el 15 de abril de 1988. También esa primera vez que vi a la banda en vivo en el Caupolicán.
Y la historia se repite. El 21 de agosto de 1981 los Jaivas se presentaban en el Caupolicán en doble función (yo estuve en la segunda). Siete mil personas coreando el nombre de la banda, ambiente denso en lo político, el aroma que resumía lo mejor de la cosecha del valle central y cinco músicos haciendo una suerte de comunión espiritual con la fiel legión de fanáticos.
Hoy sigo insistiendo que esa banda que vi fue la mejor versión de Los Jaivas en sus 50 años de trayectoria. Con “Alturas…” recién editado y con toda la carga emotiva que representaba el regreso a su tierra tras el autoexilio, aquellos shows del 21 y 22 de agosto de 1981 son imborrables. El repertorio incluía, si la memoria no falla, “Tarka y Ocarina”, “Pregón para iluminarse”, “Mira niñita”, “En los jardines humanos”, “Todos juntos”, “Sube a nacer conmigo hermano”, “Mambo de Machaguay”, “El Guillatún”, “Danzas”, “La conquistada”, Canción del sur” y “Corre que te pillo”.
Cuando terminé esa agitada jornada laboral en Copiapó, lo único que atiné a hacer fue escuchar “Canción del sur”. Ya era de noche y una brisa bajaba de la cuesta Cardones para inundar El Palomar. Cerré los ojos, viajé en el tiempo y pensé, “esto no puede estar pasando”. Eso fue hace 10 años, el día que Gato dejó de cantar para siempre.