Editorial de Freddy Stock, martes 15 de enero.

Eduardo “Gato” Alquinta, en realidad, debió llamarse Eduardo “Gato” Eager. Sí, Eager. Gato era nieto de un inglés que llegó a trabajar en las salitreras del norte y que se enamoró de su abuela de origen diaguita de apellido Alquinta. Fruto de esa relación multicultural, nació su padre que el señor Eager nunca reconoció. Entonces, el papá de Gato creció como Eduardo Alquinta Alquinta; creció como obrero de combo en mano, de matasapos, de esos rudos mineros que destripan el caliche a punta martillazos; creció espantando el hambre con rabia y atenuando el sol con esperanzas. El papá de Gato fue comunista, autodidacto, genio matemático e insigne guitarrista, trovador de historias cargadas de Norte grande.

Gato Alquinta debió llamarse Gato Eager y cuento esto sólo para que entendamos el universo enorme que se escondía en el alma del emblema de Los Jaivas. Gato era un inglés de ojos profundos y espíritu melancólico. Su carácter introvertido, de frío celta, lo hacía parecer huraño ante los extraños, pero una vez que se abría a la conversación, todos los horizontes de su espíritu quedaban al descubierto. Y, en ellos, estaba el de la otra vereda de su sangre: la del Norte chileno. Surgía la conexión con la abuela materna, el contacto con el paisaje, la tierra, los vientos, la causa latinoamericana que empujaba la utopía de vivir todos juntos o de llegar hasta la mayor lejanía, la de los sueños, la de ese punto que habita en el horizonte de la mente donde se esconde el sol.

Las charlas con Gato eran en su departamento de Ñuñoa con un té en la mano… Eran a la hora “british” del té. Trataba de explicar su historia para ponerla en las páginas de la biografía que hacíamos del grupo, hace justos diez años. Pasaba rápidamente de la mirada severa a la risa pero siempre con una viveza intensa que sólo trasciende de los que se sienten plenos, satisfechos, contentos.

Estaba lleno de proyectos. Se venía en ese 2003 la celebración de los cuarenta años del grupo y un viejo anhelo que ya empezaba a cuajar: dedicar el siguiente disco del grupo al pueblo mapuche. Gato volvía de una convivencia en la Araucanía con machis y campesinos. Vivió en rucas, conversó con toquis, se empapó con las urgencias de un pueblo que se sentía oprimido. Nuevamente, la sangre de la abuela Alquinta se asomaba en forma de inquietud social, de arte, de música.

Porque Gato y Los Jaivas, en general, nunca entendieron la música al margen de las convicciones o de los sentimientos. Por eso, lucharon por autoproducir sus discos y ser dueños del destino artístico del grupo evitando las presiones económicas de las discográficas. Fue así desde los orígenes.

Hacia mediados de los sesenta, Gato, Mario, Claudio, Eduardo y Gabriel estaban consolidados como la mejor banda bailable de la Quinta Región. Los High Bass eran el furor en las boites de mala muerte de Quillota o Calera, pero también de los salones perfumados de los clubes de la marina, donde se casaban las hijas de los almirantes y relucían los vestidos largos y los cuellos con alhajas. Se ganaba mucho dinero. Pero algo pasó. Gato sintió que esto no era lo que correspondía, hacer música sólo por el sustento, sólo para animar parrandas. Dejó la universidad, tomó algunos bártulos y con su pareja emprendió un viaje sin rumbo hacia el Norte. Dicen que llegó a dedo hasta Colombia, que visitó tribus, que se empapó con el continente en un lazo que no cortaría jamás. Volvió distinto. Con el pelo largo, vestido con ropas hechas a mano y sin zapatos. Anduvo años sin zapatos. No le hacían falta. Desde esa vez, aprendería a vivir sólo de aquellas cosas que realmente hacen falta.

Y una última anécdota que refleja la profundidad de Gato Alquinta. Nuevamente estamos en su departamento con un té en las manos. Le pregunto:

– Gato. ¿Por qué nunca firmaste una canción con tu nombre? ¿”Mira niñita”, por ejemplo, al menos la letra?

Y me miró con esos ojos profundos de inglés y diaguita. Con esa grandeza de chamán de nuestra cultura popular cuya ausencia jamás dejaremos de llorar…

-Porque si no hubiese estado en Los Jaivas, nunca se me hubiera ocurrido…


Contenido patrocinado

Compartir