Como relataba en tres entregas atrás, la primera formación clásica estable de los Rolling Stones se había registrado el 12 de julio de 1962 en el club Marquee de Londres.
Pues bien. No pasó mucho tiempo de aquella imborrable noche para que abandonara la banda Dick Taylor, quien formaría muy pronto los Pretty Things. La batería sufriría la rotación de Mick Avory (terminaría tocando la batería en los Kinks), Tony Chapman y, finalmente, Charlie Watts, un baterista adicto al jazz, que pese a dudar en un primer momento de incorporarse a una banda de R&B como los Rolling Stones, terminaría siendo parte de la historia, al igual que el bajista Bill Wyman, un viejo conocido en el circuito de bandas emergentes de la capital inglesa con The Cliftons.
El ingreso de Watts y Wyman generó una serie de shows en los principales clubes londinenses, tipo Marquee y el Crawdaddy, un local administrado por Giorgio Gomelsky, amigo muy cercano a Ian Stewart.
En ese momento de los Rolling Stones ya podía percibirse el liderazgo innato de Brian Jones. Esto, no sólo por haber aportado con el nombre para la banda, sino porque también era reconocido como el más músico de todos, además de ser junto a Mick Jagger una suerte de imagen o la marca registrada de la agrupación en esos primeros años.
Pero faltaba una pieza para completar el puzzle completo. El publicista Andrew Loog Oldham fue un personaje fundamental en ese camino hacia el profesionalismo de los Rolling Stones. Su nexo con la banda se dio a través de Brian Jones. Entusiasmado con su personalidad, el músico lo convenció para que asistiera a uno de los shows con el solo propósito de que se transformara en manager de los Stones.
Oldham asistió con Eric Easton. Ambos quedaron impactados con el potencial artístico y musical de Mick Jagger y compañía. La primera idea a trabajar fue presentar a sus pupilos como la antítesis de los Beatles: si los Fab Four eran los “niños buenos” de la música británica, los Stones era los “chicos malos”, presumidos, desafiantes y rupturistas.
Andrew Oldham se tomó en serio su nuevo rol. Sugirió a la banda prescindir de Ian Stewart. Creía que el músico no calificaba en la estética maligna que pretendía para los Stones. De esta forma, pero sin dramas de por medio, Stewart dejaba de ser parte de la banda, pero continuaría colaborando como músico invitado en las giras hasta 1985, año en que falleció.
El destino comenzaba a sonreír para los chicos malos. Oldham consiguió un contrato con el sello Decca en 1963, publicando el primer sencillo, “Come on”, original de Chuck Berry, y que en la cara B incluía una adaptación del tema “I want to be loved” de Willie Dixon, escalando hasta el puesto 21 de las listas inglesas.
Este buen comienzo fue superado con el siguiente single. Curiosamente este fue escrito por John Lennon y Paul McCartney, que lo cedieron a los Rolling Stones después de que Andrew Oldham invitase a la dupla de Liverpool a ver a Mick Jaggr y los suyos al Ken Colyer Club.
El tema debutó el 1 de noviembre de 1963 bajo el nombre de “I wanna be your man”, alcanzando el puesto 12, lo que aumentaba la popularidad de la banda. Esta iba en alza y “Not fade away”, la versión de Buddy Holly, llegaría al número tres de los UK Charts y entraría en las norteamericanas.
La fama creciente de los Rolling Stones les llevó a apariciones las principales publicaciones de la época y televisión, donde Jagger captaba la atención como líder de la banda. Esto amargaba a Brian Jones, quien cobraba en esos momentos un suplemento extra por parte de Decca. Surgen los primeros roces con Jagger y Keith Richards comenzará tímidamente a adquirir mayor protagonismo. Continuará.