Un párrafo necesario, por las suspicacias, antes de lo importante: en los próximos meses será publicada una biografía de Pentagram que escribí entre junio de 2012 y abril de este año. Es una crónica bilingüe con más de 25 entrevistados y que cuenta la historia de la banda desde mediados de 1985 hasta la tarde en el estudio Sade cuando, 28 años después, los músicos afinaban los últimos detalles de este disco (que entonces sólo se llamaba “el disco”) y luego sería bautizado, con todo acierto, como The Malefice. Como habrá de suponerse, conozco la cocina del que será uno de los acontecimientos del año, sin embargo en todo ese tiempo jamás pedí escuchar ni siquiera una canción antes de tiempo. Podría decir que preferí ser respetuoso y no importunar. Pero ahora que lo pienso mejor, no quise porque tenía el temor de que a la hora de poner play al nuevo material me diera cuenta de que Pentagram ya no era Pentagram y todo se fuera un poco a la cresta.
Porque en algo estaremos de acuerdo: al final, todo cuanto pueda decirse sobre The Malefice y sus diez temas recae en una pregunta más bien inconsciente por lo inevitable que resulta: si es que el disco que sale el próximo 6 de septiembre se parece o no al Pentagram que tenemos en nuestra memoria; y si Pentagram se parece al Pentagram que queremos escuchar.
Con esa lógica, diría que sí: este disco proviene de la misma matriz de los demos y, en varios momentos, es mejor.
Reisenegger, Uribe y Donoso lograron rescatar el ADN de la banda y ponerla de pie con casi una hora de música que muchos jamás imaginamos alguna vez escuchar. Pero aquello, elogiable por donde se mire, lleva a otra pregunta: qué escuchamos cuando escuchamos a Pentagram y cómo lo reconocemos. ¿Son las armonías? ¿Son las escalas? ¿Son los cambios de ritmo? ¿Son esos solos de guitarra que parecen intencionalmente imperfectos? ¿Son los ritmos sincopados de la batería que siempre hace algo más que ir rápido?
Es todo.
Si hay una referencia clara en la fundación de Pentagram es el primer álbum de Possessed, el Slayer del Haunting the Chapel y del Hell Awaits y, con el riesgo a ser corregido por algún Pepe Grillo, con ciertas inspiraciones sonoras halladas en el Watchtower de Energetic Dissasembly. Pero eso fue hace más de 25 años y desde entonces las brújulas de sus músicos, lo sabemos, se han movido hacia diferentes lados.
(No sé cuál es la mejor canción de Pentagram. Todos se vuelven locos con “Demoniac Possession”, pero creo que la que aglutina mejor su identidad es “Spell of the Pentagram”, del Demo 1 (enero de 1987) y que quedó fuera del mítico siete pulgadas (y de la gloria) imagino que por razones prácticas ajenas a la banda: en el pequeño disco publicado en Suiza sólo cabían dos temas y ésta pasa los seis minutos).
He escuchado cinco veces The Malefice en las últimas 48 horas y tengo tres páginas de mi libreta de apuntes llenas de frases. Pero no quiero repasar una a una las canciones. Ya habrá tiempo para que otros lo hagan, las describan e informen de la larga lista de colaboradores presentes, de la trivia, del homenaje a “Angel of Death” que hay entremedio y de cómo nos damos cuenta de que una banda que fue brutal sin necesitar del blast beat ahora de pronto lo usa como un recurso y no como un deber impuesto por eso que alguien llamó brutal death metal (¿?). Y por supuesto que mucha crítica podrá también detenerse en el segundo disco de la versión doble, con los clásicos grabados de nuevo y sonando como cañón.
Usando las frases de los viejos fanzines, podría decir que los primeros veinte minutos de The Malefice son una verdadera patada en el culo. Tal como lo pueden advertir quienes han escuchado los temas liberados para promoción, el disco de Pentagram recoge la esencia y tiene la madurez necesaria para asumir el riesgo que implicaba “exponer” la leyenda. De ahí entonces que quienes acostumbran a quedarse harto tiempo pegados con los discos (que compran y no descargan) sentirán la necesidad de deconstruir y explorar The Malefice como si fuera un artefacto, empeñados en encontrar similitudes con el antiguo material. Y de seguro notarán que temas brillantes como “Prophetic Tremors”, “The Apparition” y “Horror Vacui” están llenos de retazos de los viejos clásicos, en algunos casos son segmentos que duran apenas unos pocos segundos, pero el efecto es similar a cuando alguien observa una pintura y reconoce tonos, colores y objetos que ha visto antes.
No sé si todo aquello habrá sido deliberado. Es probable que sí. Y sin duda que se trata más de una virtud que de algo reprochable: nos gusta el Pentagram que recordamos y sentir que este nuevo primer disco tiene varios momentos que nos resultarán familiares debe ser tomado como un guiño, como un obsequio.
Canciones como “Sacrophobia” y las dos que abren: “The Death of Satan” y “La Fiura”, son puntos realmente altos: piezas trabajadas con talento que harán a The Malefice envejecer tan bien como el primer material de la banda, ese que nunca nos hemos sacado de la cabeza.