No quiere salvar al mundo
Por Patricio Jara
Periodista y escritor.
Autor de “Pájaros negros. Crónicas del heavy metal chileno”.
Quizás lo que mejor da cuenta de Metallica: Through the Never y, en consecuencia, de la grandeza y madurez de una banda como ésta, es que no se trata de una película sobre ellos, los músicos, a modo de personajes-héroes, como alguien podría sospechar. Metallica no quiere salvar al mundo. Muy por el contrario: su esfuerzo está puesto en ofrecer un show literalmente demoledor y que pase lo que tenga que pasar durante las 18 canciones del setlist.
Así las cosas, la cinta de Nimród Antal ancla su eje en dos públicos: las generaciones más viejas que pueden ver un concierto de la banda de un modo impensado hace veinte años (3D, una escenografía que sin ser deslumbrante cumple su objetivo para un listado de temas perfecto) y las más jóvenes, que sin duda se verán reflejadas en la historia del personaje: un roadie que recibe una misión que cumplir en plena presentación de la banda en Vancouver, Canadá: el muchacho debe salir del estadio a recorrer la ciudad desierta en busca de un camión que no llegó a destino y en cuyo acoplado tiene algo muy importante para la banda.
Metallica: Through the Never es una historia divertida, con buenas dosis de violencia y surrealismo en la línea de los videojuegos y los cómics. Quienes vayan a buscar una historia sesuda y llena de cine arte, saldrán decepcionados, pero aquéllos que quieran ver un show de Metallica como nunca antes lo vieron en sus vidas, de todas maneras quedarán contentos y la parafernalia que rodea al show será tomada como lo que es: un buen regalo que acompaña lo importante. Disfrutar en pantalla gigante (y con un sonido impecable) a una de las mayores bandas del planeta, envidiando, de paso, a todos los que estuvieron en la filmación del último de los tres shows planificados para la película: la entrada costó cinco dólares.
Sin Parar
Por Christian Ramírez
Periodista y crítico de cine.
Civilcinema
No hay quedarse de cabeza contra la pared tratando de entender qué significa el argumento de Through the Never, y por qué Trip, un joven roadie de Metallica, atraviesa la ciudad en busca de un misterioso bolso mientras su banda favorita arrasa en escena.
Viéndola anoche -a sala llena, en 3D, con el volumen a tope- me fui hacia atrás, a los días en que vi por primera vez AC/DC Let there be Rock y The Song Remains the Same. Y, a propósito de esa última, la sensación es la misma: todo lo que no tiene que ver con la banda en concierto –los insertos, el relleno, lo que se acerca al video clip- se va olvidando casi instantáneamente, a medida que las canciones se expanden a sus anchas y, como siempre, acaban por dominarlo todo.
Y eso es más notorio que nunca ahora, cuando la envergadura del show en vivo de Metallica comienza a igualar al de otros monstruos como U2 y los Stones, con un escenario cuyo piso puede convertirse –según el caso- en inmensa pantalla de visuales, en depósito arqueológico o en cementerio de neón; con la estatua de …And Justice for All armándose y desmoronándose en plena canción y con temas como “One” o “Masters of Puppets” que, tal como lo sugerían sus hoy lejanas versiones de estudio, van mutando en mini tragedias con principio, desarrollo y final.
Qué a Metallica se le da el drama audiovisual, eso ya se sabía hace rato. Cualquiera que haya atravesado por las casi tres horas del increíble Some Kind of Monster, entiende que la banda es adicta a crear sus propios sicodramas tanto dentro como fuera de sus conciertos y, ante ese legado de brutalidad convertido en canción, bien poco pueden hacer las correrías que Nimród Antal y los integrantes se inventaron en Through the Never: le deben demasiado a Roger Waters y a otros delirios metaleros como para resistir comparación con la idea –harto más interesante y poderosa- de que Metallica es una máquina, una perfecta serie de engranajes que, sin embargo, es capaz de perder el control y tentar al desastre, tal como ocurre con el “falso accidente” durante “Enter Sandman”, refinado hasta el más mínimo detalle.
Todo se desmorona, la música se detiene, pero en el fondo el show sigue sin parar.