Era uno de los grandes nombres que faltaba. A la hora de pedir un deseo sobre aquella banda que se echaba de menos en estos peladeros, sin duda que Meshuggah asomaba con frecuencia. Y vaya que valió la pena la espera, pues el show que dieron el martes en el Caupolicán estuvo a la altura de las expectativas de su legión de seguidores: fueron por potencia y recibieron potencia; fueron por esos riffs hipnóticos, mecánicos y construidos como se construye un motor, y recibieron una andanada sonora que por momentos alcanzó la brillantez, como si al final todas sus canciones fueran una sola gran canción con breves momentos de respiro. Una hora y media de apaleo fue suficiente. Y por momentos el público se dio bastante duro, en buena y mala onda, como ocurre siempre, pero sin pasar a mayores.
Lejos de la parafernalia, los suecos ratificaron en vivo lo mismo que Koloss, su último álbum: parecen ir siempre por el costado, distante de los sonidos del momento, preocupados de sus asuntos y siempre titulando maravillosamente cada trabajo: Destroy Erase Improve y Chaosphere son nombres que no se olvidan.
Aunque su primer álbum es de 1991, muchos conocimos a Meshuggah con el EP None, de 1994. Entonces hubo ciertas comparaciones con Pantera (bueno, en ese tiempo todo se parecía a Pantera), sin embargo desde aquel momento la banda se propuso un sonido que los diferenciara y, sobre todo, que les diera vida propia más allá de las tendencias. Lo lograron. Eso lo saben muy bien los fanáticos que estuvieron cerca de llenar el Caupolicán: fue un show simple, pero cuidando cada detalle de lo que salía por los parlantes. No hubo teloneros. No fue necesario. No había que calentar a nadie. Todos iban prendidos, quizás juntando ganas desde hace cuánto tiempo.
Fotos: Yerko Galinovic, RockAndClick.cl