A mediados de los setenta, Chillán se había consolidado como la mejor plaza del Ascenso y Ñublense era uno de los equipos más poderosos del torneo. Sin embargo, por una u otra razón siempre el sueño de subir a Primera se desmoronaba al final. Entre 1972 y 1975 el equipo no bajó del 4° lugar de la tabla: la gloria estaba reservada para 1976.
Ese año la Segunda División se dividió en dos zonas de 8 equipos: los chillanejos avanzaron detrás de O’Higgins al octogonal final. Las crónicas recuerdan que el entonces Estadio Municipal (el hoy reconstruido Bicentenario Nelson Oyarzún) lució repleto todo el año.
El fervor de la hinchada chillaneja traspasaba los límites de la cancha. Se traducía en una caravana incondicional que seguía al equipo por medio Chile, en rifas para pagar sueldos y también en absurdos animadores que posaban junto al plantel en la foto oficial antes de cada encuentro.
Vaya a saber uno por qué, pero en Chillán la figura de la mascota se institucionalizó durante esa década. Pionero fue el indio pícaro del ’72, que a finales de ese mismo evolucionó a un personaje aún más extravagante. Aunque seguía vestido a la usanza tirolesa, además usaba nariz postiza, enormes anteojos de utilería, calcetines con rombos y corbatín.
La foto que abre la nota corresponde a los minutos previos al encuentro que decidió el primer ascenso de Ñublense. Más de 20 mil enfervorizados hinchas chillanejos repletan las graderías de madera y copan incluso las ramas de árboles vecinos para ser testigos de ese momento histórico. Antes del inicio del match, la mascota ensaya una especie de vuelta olímpica escoltada por una docena de niños ataviados con un extraño gorro, mezcla de jockey y casco de conquistador.
Los Diablos Rojos celebran su primer ascenso. Y la mascota festeja en la cancha, como un protagonista más de la hazaña.
Fotos: Archivo Estadio, P. González.