Desde fines de los 50 la Segunda División vivió sus años locos. Gracias al progresivo asfaltado de la Panamericana, la Asociación Central de Fútbol (ACF) por fin consideró factible ampliar el profesionalismo más allá de Santiago y alrededores.
A cuentagotas fueron entonces llegando al Ascenso buenas plazas como Curicó, Linares, La Serena, Coquimbo, Ovalle e incluso Temuco. Por contrapartida, los equipos más chicos de la capital iban siendo fusionados, mudados y borrados.
A fin de cada año, en provincia se esperaba con ansias saber cuáles serían los nuevos participantes de Segunda. La noticia de que tal o cual ciudad había sido elegida generaba verdaderos carnavales locales.
1966 fue la cumbre de este proceso, que hoy nos parece tan ajeno. La ACF por fin aceptó integrar a cuadros de Concepción y la zona del carbón, a través de la fusión de participantes del regional penquista. Y también llegó la niña más bonita: Antofagasta.
No por nada, en 1965 esa ciudad había sido elegida por La Roja para su último partido de preparación antes del repechaje mundialista con Ecuador. Como se ve arriba, gradas y cerros vecinos lucieron atiborrados esa tarde en que un combinado local testeó a la selección: los antofagastinos serían garantía de espectáculo en los torneos profesionales.
“Era preferible de una vez por todas incorporar a ciudades como Antofagasta y Concepción, resolviendo de una sola vez el problema antes de ir dejando de lado a uno por lo menos, produciendo una tremenda psicosis en los dirigentes de provincias”, resumió la revista Estadio.
Antofagasta Portuario nació oficialmente el 16 de mayo de 1966, tras la adhesión forzosa entre Portuario Atacama y Unión Bellavista (rivales enconados que habían postulado cada uno por su cuenta en 1965).
Su estreno en Segunda supuso una verdadera revolución para el fútbol chileno. No se trataba sólo de las asistencias multitudinarias, sino que su integración requirió el aporte fiscal y de la comunidad local para la compra de pasajes aéreos que garantizaran el traslado de los equipos. Llegar en bus era inviable, allá tan lejos.
Al término de esa temporada 66 todos estaban felices. Dirigido por Luis Santibáñez, el popular AP cumplió una campaña discreta, pero su impecable estadio pasó lleno todo el año (harto rentable, considerando que los visitantes recibían de regalo casi la mitad de la recaudación). Su incorporación, además, sirvió para que el medio se llenara la boca destacando su compromiso con la descentralización.
Sin embargo, fue ese mismo fútbol el que aportilló a los blanquicelestes hasta convertirlos en un cuadro del montón. Mientras el club financiaba viajes propios y ajenos -y además dividía las entradas que vendía-, varias entidades sin respaldo aprovechaban de hacer caja a su costa. Abajo vemos una comprobación palmaria: Iberia recibiendo en familia al AP en Puente Alto.
Así el Antofagasta Portuario y sus sucesores del CRA y el CDA jamás despegarían de la medianía.
Fotos: Archivo revista Gol y Gol.