Cuenta el folclor universal que el rock and roll es pura calle, desparpajo, pasión y comunión. Que no se necesita ponerlo en un cuadro, definirlo ni exhibirlo en un museo. Es por eso que una institución como el Museo del Salón de la Fama del Rock And Roll, en principio, nos genera sospechas. Pero, en verdad, creo que se ha vuelto necesario para recordarnos su esencia.
Este año, la clase de inducción de 2014 tenía en sus filas a Peter Gabriel, Kiss, Cat Stevens, Linda Ronstadt, Hall and Oates y Nirvana. Todos cumpliendo (y algunos muy pasados) el requisito de los 25 años del lanzamiento del disco debut. Y todos, también, con razones concretas de su trascendencia y aporte al desarrollo del rock and roll como fenómeno de la cultura popular. Porque esa paleta de colores distintos que es una lista de inducidos en el fondo a punta a eso: diversidad y liberación de adjetivos.
Durante los últimos 15 años, la ceremonia de ingreso al Salón de la Fama se ha convertido en un programa de televisión, con plazos por cumplir y cuotas de entretención por aportar. Se generan expectativas de reuniones, alineaciones especiales y momentos para recordar para siempre. Y se logran. Se dan pausas a las disputas de egos, a las peleas eternas y al desgaste que la naturaleza da a las relaciones de todo tipo.
Entendiendo eso, la ceremonia se convierte en una catarsis tremenda. Un momento que reúne al mismo tiempo la celebración, la tradición y los milagros. Más que el espaldarazo de la industria, es la cristalización del valor de todo un cuerpo de trabajo.
Es cosa de fijarse lo que pasó anoche en el Barklays Center de Brooklyn, en Nueva York. Que Tom Morello de un discurso encendido dando las claves de la importancia de Kiss, contando la epopeya de ir a uno de sus conciertos siendo niño, es sencillamente sobrecogedor. También el ver cómo Bruce Springsteen no esconde lo que siente con sus escuderos de la E Street Band, en especial por Steven Van Zandt, su “hermano de sangre y consejero en esta vida y en las que siguen”. O la emoción con la que Krist Novoselic cuenta que aún lo paran en la calle para darle las gracias por lo que hizo la música de Nirvana en la vida de la gente, y un Dave Grohl afirmando (nuevamente) que se siente el tipo más afortunado del mundo por su lugar en la banda. Son cosas que tenemos que atesorar en una época donde tenemos todo al alcance de la mano y no nos damos tiempo de sentarnos a pensar, rememorar y agradecer lo que nos fue formando.
No es el “Salón de la Vergüenza”, es el lugar donde decimos simplemente “gracias por todo”. Es valioso tener una instancia para poder decir esas tres sencillas palabras.