A mediados de los años 40 el fútbol profesional de Santiago dio un paso justo, necesario y muy rentable. Tras una década jugando siempre de local, decidió que era hora de salir de visita. ¿Cómo? Integrando a los clubes más populares de otro incipiente torneo rentado que se disputaba en Valparaíso.
Antes, por cuenta propia, Santiago Wanderers había intentado jugar en la Primera División capitalina. Su participación, sin embargo, fue triste: jugó 12 partidos en 1937, los perdió todos y el experimento se acabó ahí mismo.
Por lo mismo, los verdes fueron grandes impulsores de la Asociación Porteña de Football, cuyo campeonato profesional paralelo se jugó en la costa durante los años siguientes. El Everton Football Club de Valparaíso, otro de los animadores de ese torneo, se trasladaría en 1943 a la vecina Viña, balneario que recién comenzaba a ser considerado como una ciudad distinta al puerto y que acogió al club con los brazos abiertos.
Recién mudado, a fines de 1943 el nuevo y popular Everton de Viña del Mar recibió la invitación de la Asociación Central de Fútbol de Santiago (ACF) para sumarse a Primera División. La idea era emular a Argentina, donde clubes de Rosario y La Plata se estaban integrando con éxito al torneo bonaerense.
Los “oro y cielo” lo pensaron un poco, negociaron el costeo de los traslados en tren a la capital (entonces no existía la Ruta 68) y finalmente aceptaron. Wanderers, invitado poco después, también se plegó.
El asunto, eso sí, estuvo rodeado de polémica. La dirigencia del fútbol porteño se opuso tenazmente a la idea, aduciendo ante la supuesta ilegalidad reglamentaria de que clubes provincianos se asociaran a una entidad ajena a sus límites administrativos. Temían -con bastante razón- que su campeonato se fuese comercial y deportivamente a las pailas.
“De llegar a ser una realidad el advenimiento de un equipo de provincia al fútbol santiaguino, resultaría incalculable el beneficio que esta medida acarrearía al deporte chileno”, editorializaba entusiasta la revista Estadio. Incluso -vaticinaba- podría llegar a ocurrir algo impensable para esos años: que hinchas de provincia viajaran a Santiago a ver a sus equipos y viceversa.
Y así pasó nomás. Aunque el debut evertoniano en Primera fue malo -acabaron colistas el ‘44- de a poco convirtieron al estadio El Tranque en un fortín temible para los capitalinos. Tanta fue la mejora que en 1950 Everton levantó la copa de la mano de René Meléndez, uno de los primeros súper cracks de nuestro fútbol moderno. Y así, antes que nadie, se erigieron en los primeros campeones chilenos no santiaguinos.