Por Carlos Costas.
La tercera versión del Metal Fest ya es historia. Después de 9 horas de transmisión en vivo y de varias semanas promocionando el evento junto a mis compañeros de radio Futuro, esta mañana de domingo necesitaba despejar la cabeza y por eso me puse a leer –como acostumbro desde hace tiempo- la columna de Antonio Martínez en el suplemento de deportes de El Mercurio. Da gusto leerlo porque escribe muy bien, apela siempre al sentido del humor, dispara sus ironías y con lo morboso que soy pensé que tal vez se referiría al descenso de Everton, el equipo de sus amores. Craso error. La columna era sobre el anuncio de estadio de la U, pero una de sus frases quedó rebotando en mi cabezota. Cito textual: “Una maqueta y un video promocional son noticia, pero no historia. Hay que esperar la última piedra”.
No me cuelgo de su reflexión para abrir en este espacio una discusión sobre el estadio. Ojalá que lo construyan de una buena vez y sean todos felices. Ese no es el tema. Para efectos de esta historia es lo menos relevante. Porque cuando decimos que algo “…ya es historia” para refrendar que se acabó, que está escrito, que irremediablemente ya no hay nada que impida lo ocurrido o sentenciado, me parece que lo usamos muy livianamente, casi como un lugar común, sin tomarle el peso a la palabra “historia”. El resultado de tal partido ya es historia; el festival de marras ya es historia, decimos muy sueltos de cuerpo sin considerar que para que algo sea “historia”, hubo uno, varios o muchos que tuvieron que movilizarse para que ese asunto fuera realmente: HISTORIA.
Es lo que ha ocurrido con estos tres años de Metal Fest. Sabemos que cada vez vienen más bandas, cada vez es más complicado sorprender a un público exigente y cabrón como el metalero y ya se nos hizo normal ver en una misma noche a Megadeth con Dark Angel; o a Carcass con Devin Townsend; o a Twisted Sister junto a Down y Corrosion of Conformity; o a mis favoritos Volbeat con Anthrax; y al día siguiente como si fuera poco a Kreator, Misfits, Exodus y a varios más en un mismo paquete.
Son los nombres que aparecen en mi memoria ahora que trato de recordar lo que ha sido esta locura del Metal Fest. Locura en todo el sentido de la palabra porque la idea de importar un festival de rock pesado y de metal al estilo de festivales europeos como Wacken, Download, Hellfest y muchos otros, podía parecer muy linda en el papel. Un asunto obvio considerando que bandas como Metallica, Iron Maiden y Black Sabbath llenan estadios por estos lados. Sin embargo, la suma de las partes nunca es más que el todo. En esto las matemáticas no funcionan linealmente y la verdad sea dicha, las dos últimas ediciones no convocaron al público que un evento de estas características requiere para seguir funcionando.
No es momento de reproches. ¿Podría ser más barata la entrada?, seguro que sí. ¿Algunas bandas nacionales podrían estar en el escenario principal?, también. ¿Y si se montara en un lugar al aire libre y en otra fecha?, por qué no. ¿Debería abrirse la parrilla a más estilos dentro del metal y el rock duro?, de todas maneras. Que dijeron que vendría Motörhead y que se cayó Venom; que siempre estuvo muy cargado a la vieja escuela del thrash; que faltaron bandas death metal importantes, sí como no. Bienvenidas todas las opiniones. Total, opinar es gratis, es fácil y a mí mismo escribir estas líneas no me toma más de media hora.
Me gusta el Metal Fest porque están los que tienen que estar. Porque nadie va obligado, ni a tirar pinta, ni a taquillar. Es el festival de la gente que nunca va a salir en las páginas de vida social. Es un festival que se parece más al Chile que a veces se nos olvida que todavía existe. Lo dijo Mustaine en una entrevista en La Tercera. “El metal en Chile es la música del hombre común”, amén. Puede ser, o tal vez no. Hace mucho rato, aprendí a asumir que hay de todo en la viña del Señor (ya que hablamos de Mustaine, una cita bíblica no está mal jajaja). Supongo que también al hombre común le gusta la cumbia, el reggaetón, la onda disco, qué se yo…
A mí me gusta el Metal Fest porque no es y jamás podrá ser un evento glamoroso. Los auspiciadores le tienen alergia a los chascones de negro y cuando la publicidad a veces recurre a los metaleros es sólo para hacer mofa y ridículas parodias de sus maneras de ser, hablar y vestir. Estoy seguro que a los organizadores de Metal Fest les encantaría tener sponsors, pero así no más es la life en esta provincia. Sad but true. Nuestro país en esas materias no es tan cool, ni liberal, ni desprejuiciado como muchos imaginan o quieren hacernos creer. Teóricamente los que vamos al Metal Fest no somos sujetos atractivos para las marcas y el mercado. Y lo más probable es que tengan razón.
Muchos deben pensar que es asunto simple, pero hay que tener bolas y trabajar mucho durante el año, para pasar un sábado a las 4 de la tarde a una banda tan “brutal y demoledora” como Hypocrisy en la programación de una radio FM de alcance nacional que es la más escuchada por los hombres y además está dentro del top ten de sintonía en el Gran Santiago. Créanme que esas cosas en otras partes del mundo no suceden y todos en la Futuro nos sacamos la cresta para darnos ese gusto y así poder ofrecer a nuestros auditores una ventana a propuestas más extremas dentro del rock y el metal.
Nunca me propuse escribir un review convencional. Los que fueron al festival nos vieron instalados transmitiendo los shows sin vista directa a dos de los tres escenarios (incluido el principal). Esa es, mis queridos amigos, la magia de la radio: llevar a quienes no pudieron asistir la emoción de lo que pasa sobre el escenario y desde la zona de backstage con notas y entrevistas. Hay gente muy calificada como Anton, Pato Jara y ustedes mismos que están leyendo esto que podrán opinar con mayor propiedad sobre el desempeño de cada uno de los músicos, el sonido, el repertorio y todos esos clásicos temas de la sobremesa metalera.
Yo sólo digo una cosa. Para bien o para mal, para que cada uno juzgue y saque sus propias conclusiones: Señoras y señores, ahí están los Metal Fest 2012, 2013 y 2014. Es historia escrita a fuerza de guitarrazos, unos cuantos miles de dólares y muchos dolores de cabeza. Motivo de orgullo para un país que presume ser el más metalero de Sudamérica porque recordemos que fue el año pasado cuando se suspendió en Brasil el evento que iba a ser una especie de festival hermano de nuestro Metal Fest. Me carga repetir esas leseras de que hay que apoyar la escena, etc, etc. Maní. Los cabros que a puro ñeque tocan en bares inmundos o en lugares roñosos durante el año y que pudieron subirse a los escenarios nacionales con buen sonido y condiciones dignas, saben lo que hablo y valoran más que nadie estos tres años del fuckin’ Metal Fest.
Nadie podrá decir que todo esto fue puro humo y buenas intenciones, que se intentó pero no se pudo, que se canceló cuando la venta de entradas venía lenta o se inventaron chivas baratas para huir en desbandada. OK, estoy de acuerdo con muchos de los que fueron este año: qué lata lo de la famosa “sanguchela”. Lo sufrí en carne propia porque me deben haber preguntado unas 500 veces donde se vendía la cerveza y el sanguche. En un momento el lugar desde donde transmitíamos parecía más stand de información que una radio. Fome que no haya funcionado, porque se promocionaron cosas que después no resultaron, pero tampoco me parece que sea lo fundamental de un festival de música. Inevitablemente, las cosas siempre se pueden hacer mejor, pero convengamos que lo perfecto tampoco comulga tanto con nuestra terca y majadera devoción por el ruido, la distorsión, lo oscuro, lo feo…lo ridículamente satánico.
¿Tendremos Metal Fest 2015? La respuesta obviamente no la conozco y menos depende de mí. Aunque me encantaría ser optimista pensar en una cuarta versión se pone cuesta arriba, según mis averiguaciones. Lo que sí me atrevo a aventurar es que el día que nos confirmen que el festival no va más, vamos a acordarnos de una sola cosa: puta que era chacal el Metal Fest.
Anoche cuando, finalizando una larga jornada, salíamos del Arena Santiago por la puerta de Beaucheff vimos como se llevaban a ese Vic Rattlehead “made in Chile”, diseñado por el talentoso Necro (Michael Benítez) en una de las tantas acciones de promoción del evento. Fue una escena jocosa ver como sacaban del recinto al pobre mono, que iba parado con su traje del Rust in Peace, en la parte trasera de una camioneta. Nos reímos y echamos un par de tallas al respecto. Ignorantes de cuál sería su paradero, esa fría noche capitalina el mono recorrería las calles de la ciudad con un destino tan incierto, para nosotros, como incierta parece ser la realización del Metal Fest 2015. Esta vez espero equivocarme.
Fotos: Juan Pablo Quiroz, Milko Ulloa y Daniel Sáez, Rock And Click