Reflexiones sobre “Pet Sounds” de The Beach Boys y “Blonde On Blonde” de Bob Dylan.
Por Héctor Muñoz Tapia
Por esas cosas de las coincidencias, dos de los discos más importantes de la historia de la música popular fueron lanzados exactamente un lunes 16 de mayo de 1966. Una época en que el negocio estaba centrado aún en lanzar singles de 45 rpm y que relegaba a los LPs a colección de canciones sueltas, sin una unidad de obra, ni nada de eso.
Ese día, llegaron dos álbumes distintos, pero que apuntaban a cosas similares: despojarse de lo que venía antes de ellos y abrazar nuevos horizontes. Uno celestial y prístino, otro mestizo y en apariencia desprolijo. Mientras uno elaboró su propio “muro de sonido”, el otro expandió los horizontes a la hora de contar historias en varias dimensiones en formato canción.
En base a las evidencias y a tan solo una primera escucha, no podían ser más distintos “Pet Sounds” de The Beach Boys con “Blonde On Blonde” de Bob Dylan. Sin embargo, ambos discos sentaron bases importantes para muchas de las cosas que se convirtieron en un “manual de estilo” tanto para el rock como para cualquiera que quisiera dedicarse al oficio de escribir canciones y grabarlas en un estudio.
Se ha escrito mucho sobre el “Pet Sounds” de los Beach Boys, un disco en el que Brian Wilson encabezó una revolución sonora, poniendo todos los recursos a mano para elaborar pequeñas sinfonías de 3 minutos. Con “Pet Sounds”, la paleta incorporaba nuevos colores. Desde la partida conmovedora de “Would’n It Be Nice” hasta la negación a cerrar de “Caroline No”, el músico pulió la pluma y se consagró como un verdadero genio, tomando las enseñanzas de Phil Spector para el registro y queriendo superar lo que ya insinuaban los Beatles en “Rubber Soul”.
Tanta perfección debió haber sido bien recibida de forma unánime de inmediato, pero no… “Pet Sounds” descolocó a los seguidores de los Beach Boys. Es que pasar del surf a piezas sobrecogedoras como “God Only Knows” requieren una atención distinta. Y su sabor solo mejoró con el paso del tiempo.
En medio de una gira polémica con The Hawks como banda de soporte para un set eléctrico que siempre recibía pifias, Bob Dylan ya pensaba en otra cosa cuando grabó en turbulentas sesiones una colección de canciones que terminaron en 4 caras de vinilo recorriendo todos los estilos de la música popular: marchas, blues, rock, folk, baladas y hasta vals. Era “Blonde On Blonde”, uno de los mejores de su carrera.
Lo que provoca “Blonde On Blonde” a la primera puede no ser tan atrapante como lo que Dylan logró en su anterior disco, “Highway 61 Revisited”. Pero te va atrapando de a poco. No es extraño que un disco con tantas «capas» musicales y líricas logre ese efecto.
Desde la marcha de “Rainy Day Women Nº 12 & 35” a la sobrecogedora y extensa “Sad Eyed Lady Of The Lowlands”, pasando por la adulta “Visions Of Johanna”, Bob Dylan dejó atrás todos los personajes previos: el héroe folk y el guerrero eléctrico. Este era otro Dylan: el confesional y beat, el que tipeaba letras en su máquina de escribir como si fuera lo último que haría en la vida, y que apelaba a la espontaneidad a la hora de estructurar la música. Tal como lo haría Jimi Hendrix hasta su muerte.
“Pet Sounds y “Blonde On Blonde” son discos que hay que tener de cabecera sí o sí. Son de esas obras que ten van mostrando detalles con cada repaso. No te aburren nunca. Ni aunque pasen 48 años.