Cuando el 15 de octubre de 2005, The Musical Box ofrecía en el Teatro Caupolicán de Santiago la recreación más exacta del show que Genesis solía dar entre 1974 y 1975, pocos recordaban que 12 años antes unos casi desconocidos Rael regalaban un show inolvidable y con ciertas similitudes a un puñado de fanáticos en el Teatro California.
Esa noche hubo de todo. Desde las canciones de «Máscaras urbanas» (1992), primer disco de los argentinos, y un par de covers del viejo Genesis, «The Fountain of Salmacis», «I know what I like (in your wardrobe)», Supper’s Ready (sólo una parte) y «The Knife» como remate final, entre lo más destacado. 12 años transcurrieron para que esa misma banda regresara a Chile, pero ahora convertida en Genetics, sin tantos recursos escenográficos e instrumentales como el quinteto canadiense, pero con un corazón enorme que más de alguna lágrima de emoción escondida arrancó a los asistentes que llenaron la platea baja del Caupolicán.
Aquí quiero detenerme un momento. Muchas veces discutí con gente conocida, amigos y «talibanes» que satanizaban el arte del tributo musical. Fui testigo de verdaderas cruzadas en contra de este negocio -porque eso es-, intentando llamar la atención de dueños de locales y medios de comunicación, quejándose por cómo era posible que privilegiaran la copia en desmedro de lo original, que hacer una banda tributo representa la pega fácil, que la gente es tan re «huevona» que prefiere pagar una entrada por ver una reproducción de algo a escuchar música original.
Entre tanto argumento me enfrenté, incluso, a la afirmación que reproducir la música de Rush, por ejemplo, era sencillo, que con un par de ensayos bastaba.
Siempre afirmé lo mismo (y lo mantengo) que hay público para todo y si hoy decido ver un espectáculo que reproduce la música y el arte de una de mis tres bandas favoritas, es una decisión personal, que en nada debería influir, al menos en la teoría, en el destino del producto original, porque igual he pagado entrada y rechazo el disco como regalo para difusión. Eso me carga y quienes me conocen saben que no es una frase para la galería.
Durante un par de años que dirigí una sección de espectáculos en prensa escrita me llegaban semanalmente entre 5 y 10 CDs de bandas pidiendo un espacio. Era raro, me sentía casi como juez y parte. Ahí comprobé que la honestidad es fundamental en estos casos. Escuché de todo y reconozco que mucho material se fue a la basura, no sin antes ir con la verdad al frente. También me saqué el sombrero por algunos casos donde sí valía la pena ese espacio y apoyo. Así me acuerdo de de Weichafe, Hielo Negro, Silencio, Mandrácula (ex Capitán Corneta), El Cruce, Crisálida, Casino, Galatea y Huinca. Es decir, música bien variada, pero buena de verdad. Que cada cual saque sus conclusiones.
Hecha la reflexión, vuelvo al show de Genetics y me permito recordar la crónica que escribí con motivo del espectáculo de The Musical Box en 2005 que, con toda certeza, tiene mucho de lo que presencié el domingo en el Caupolicán con Genetics.
Otra vez ingresé al túnel del tiempo y me situé entre 1973 y 1975. Recordé esos shows memorables en el Shrine Autitorium de Los Angeles o el Rainbow Theater de Londres. Sobre el escenario Genesis y su formación clásica presentando “Selling England by the Pound” (que cumple 40 años de su edición), algunas piezas de «The Lamb Lies Down on Broadway» y “Foxtrot”. 2014, Santiago, y el Teatro Caupolicán. Sobre el escenario Genetics (Argentina), una antigua banda de temas originales renombrada en honor a sus ídolos musicales. Recrean con alma y corazón la música y el arte dramático que Peter Gabriel y los suyos solía regalar a sus fanáticos en plenos ‘70. Imágenes, disfraces e instrumentos en algunos casos muy originales. Desde “Watcher of the skies” a “The Knife”, pasando por momentos épicos como “The Lamia” o “The battle of epping forest”. Dos horas de intensa música y talento sobre el escenario. Una audiencia cautiva, delirante por momentos y fanática, que acudió al llamado de la nostalgia. Una audiencia que estuvo dispuesta libremente a cancelar una entrada por ver una reproducción bien trabajada del combo original. Ignacio Rodríguez es Peter Gabriel (se disfraza, canta, toca flauta traversa y hace gestos como el cantante), Daniel Rawst es Phil Collins (casi calvo, hace algunos coros, aunque no es zurdo como su álter ego musical), Horacio Pozzo es Tony Banks (tres teclados básicos, una reproducción de Hammond que no logré identificar bien, un sintetizador Arp Pro Soloist original y un piano análogo que sólo él sabe cómo lograr los mismos sonidos de un RMI y un mellotron), Claudio Lafalce es Mike Rutherford (toca con la misma Rickenbacker de doble mando -bajo y guitarra doce-, pedalera Roland, que simula muy bien la Taurus, y hace coros) y Leo Fernández es Steve Hackett (toca con una Gibson Les Paul negra y ocupa un set de pedales para simular las subidas y bajadas de volumen como el original).
¿Demasiado? En ningún caso. Se trató de un show de primer nivel, pensado para fanáticos, bien fanáticos, cuyo negocio es claro: clonar un espectáculo que a Chile jamás habría llegado por razones obvias. Genetics es eso, cinco músicos que derrochan talento, porque convengamos, sacar al pie de la letra el material del Genesis clásico no es como decir, ok, toquemos. No, se necesita más que eso. Por algo al final Ignacio Rodríguez anunciaba, medio en broma, que el recital terminaba con una canción corta y fácil, como Supper’s Ready.
Bueno, Genetics es una especie de cajita de música reproductora de una época que jamás volverá. Acá también hay una suerte de arqueología musical que se valora, pero eso los “talibanes del antitributo” es imposible que lo entiendan. ¿Podrían tocar lo que toca Genetics, que a su vez tributa a Genesis? Yo, al menos, me entretengo con este tipo de espectáculos y no soy tan grave.
Fotos: Magdiel Molina
Videos: Miguel Sánchez