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Editorial de Freddy Stock, lunes 26 de mayo.

Matar… es el verbo más usado por los llamados «defensores de la vida» o, si prefieres, aquellos que se oponen a la despenalización del aborto en todas sus formas. Bajo la vieja táctica de los sofistas, los contrarios a la despenalización del aborto han llevado el debate a las retóricas de los interruptores, de los claros y los oscuros, del bien y el mal. Matar, dicen, cuando una joven, una niña, una mujer deciden no llevar en su cuerpo el producto de una violación o continuar con un embarazo inviable que pone en riesgo sus propias vidas.

La irresponsabilidad de los políticos que hablan de «matar» al referirse al aborto, radica en empujar a la simpleza un tema que nos pone en las profundidades más basales de la ética. El aborto, en todas sus formas, es un debate inserto en la conciencia de la mujer que decide a favor o en contra, y en la moral de una sociedad que se enfrenta ante el dilema de la libertad y del momento en que realmente comienza la vida. Incluso de definir el concepto de materninidad sobre la base de una elección conciente y esperada o de una obligación natural donde la mujer no hace otra cosa que prestar su cuerpo y ser un medio, un canal, para la llegada de otro ser.

El aborto es un debate profundo que merece conceptos más elaborados que el verbo matar, más aún si es terapéutico o por violación. Lo contrario es buscar la reacción irracional de la hueste sobre el argumento, de la hoguera sobre la lectura, de la violencia verbal sobre la madurez de una sociedad que busca redefinir lo que considera que está bien o aquello que se debe cambiar…


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