A veces el temita este me cansa. Recuerdo que en 1988, con motivo de los 40 años de Atlantic Records, Led Zeppelin se reunía para celebrar al sello que lo albergó mientras fueron una banda y conquistaron el mundo en los ’70. Tres años antes habían hecho lo mismo, a propósito del Live Aid de julio de 1985, con Phil Collins como invitado.
En las dos ocasiones la avalancha de trascendidos, el peor enemigo de este oficio, inundaron los medios de comunicación de todo el mundo con especulaciones que firmaban el «regreso de los dioses», una gira mundial y la liberación de material nunca editado de las sesiones que dejó Coda (1982), la obra póstuma de Led Zeppelin tras la muerte de John Bonham.
Pero siempre sucedía lo mismo. Robert Plant llamando a la calma para aclarar que no pretende revivir la leyenda inglesa del hard rock.
Pues bien, la semana pasada sucedió algo similar. La excusa en esta oportunidad era la reedición del material clásico de la banda para mediados de año y Robert Plant nuevamente echando por tierra el anhelo de los fanáticos, donde no me incluyo, que quede claro.
En una entrevista a Rolling Stone, el cantante la tiró sin anestesia frente a la preguntita de rigor, sí, esa misma que los colegas transforman en «especulación», pero de un autor desconocido. «Vas a volver a la misma mierda de siempre. Una gira habría sido una mezcla de intereses creados, con todo lo que es asqueroso del negocio del rock. Estábamos rodeados de un circo de personas que hubieran puesto nuestras almas en el fuego. ¡Pero yo no soy parte de una rocola!”, remarcó Plant a la revista.
El hombre sabe lo que dice. ¿Qué sucede, entonces, que Plant siempre es visto como la piedra de tope para certificar el regreso?
Los años no pasan en vano y el cantante lo sabe. El terror de no estar a la altura y las exigencias que obliga una gira mundial, frenan por 65 razones el acto de salir a la carrereta. Además, Led Zeppelin ya lo hizo todo. Entre 1969 y 1973, su época más gloriosa desde el punto de vista artístico y de popularidad, Page, Plant, Jones y Bonham cimentaron el imperio del que hoy siguen obteniendo generosos royalties. Después de Physical Graffiti (1975), sobrevino la caída libre de la banda. Eso no es misterio para nadie.
Principalmente a eso le teme Robert Plant. A transformarse en una mala reproducción de aquellos buenos tiempos y ser parte de una industria muy distinta a la que Led Zeppelin conoció hace 40 años. Otra cosa, Peter Grant y Richard Cole, histórico manager y director de giras respectivamente, fueron siempre los principales apoyos de Plant cuando había que tomar decisiones relevantes. El primero falleció en 1995 y el segundo está alejado del negocio musical hace varios años.
La historia es demasiado poderosa, en el caso de Led Zeppelin, para hacerla añicos por la simple obsesión de engordar más la billetera.
Stephen Davis, autor de «Led Zeppelin, el martillo de los dioses», daba pistas de lo que representó la agrupación, para bien o para mal, en su apogeo y que, de alguna forma, ayudan a entender las constantes negativas de Robert Plant para revivir una historia musical sustentada en 9 registros oficiales editados entre 1969 y 1980. «Las habladurías, los líbelos infames y los molestos rumores sobre Led Zeppelin empezaron a circular como la sangre envenenada durante la tercera gira del cuarteto de rock por América en 1969… Led Zeppelin eran apetecibles, oscuros, peligrosos. ¿Hasta qué punto era cierto cuanto se contaba de ellos?.. ¿Realmente aquellos jóvenes músicos venidos del otro lado del Atlántico eran tan perversos como se decía?.. Robert Plant poseía un encanto sobrenatural que confería a su naturaleza lujuriosa un raro misticismo, pero ¿y si no fuese más que una simple pose?».
Mejor dejemos en paz el mito. Robert Plant prefiere que se siga hablando de lo que ocurrió y no ocurrió con Led Zeppelin. Le sienta bien y no le incomoda. No les incomoda que se hablen brutalidades y que las groupies, las verdaderas groupies, contaran historias horribles a medida que la banda conquistaba cada ciudad y cada pueblo de Estados Unidos y continuaba su destino con toda naturalidad.
Una más de Stephen Davis. «Puede que Devon y Emaretta las hubieran escuchado por primera vez en Nueva York; habrían llamado a la bella Miss Pamela y a otras personalidades de Los Angeles, y puede que después a las Plaster Caster de Chicago, y, pronto, todos los cortesanos del rock, desde Tea Party hasta el Whisky, se estarían contando esas historias…».
Los excesos, la locura de unos ’70 que tenían de eso y mucho más, la vida a mil por hora, las leyendas del Continental Hyatt House Hotel renombrado por Led Zeppelin como Continental Riot House Hotel y el ritual del tiburón en Seattle captado por la cámara súper-8 de los Vanille Fudge, son episodios que aumentan, con el paso del tiempo, ese mito que Robert Plant prefiere mantener en esa categoría, pues de esa forma justifica la grandeza de la banda hasta hoy a nivel planetario.
Basta de caricaturas y leyendas nunca confirmadas. Robert Plant lo tiene claro. ¿Repetirse el plato?, en ningún caso. Eso fue hace cuatro décadas. ¿Exponerse gratuitamente a no superar su propia obra por la simple obsesión de la prensa y los fanáticos? ¿Para qué? Mejor dejar que ese mito que tanto le entregó a la historia del rock mundial descanse en paz. En esta pasada, estoy contigo querido Robert.