1974 fue un año crítico para nuestro fútbol. La asistencia a los estadios bajó a la mitad respecto a años previos (y jamás se recuperaría). Una causa fue la brutal crisis de canchas en Santiago.
El Estadio Nacional estaba hecho en un potrero. Por insólito que parezca, la foto que abre esta nota fue tomada a mitad de semana, días antes de que se disputara una fecha más de la insufrible Copa Chile que torturó a futbolistas y espectadores durante casi 6 meses.
“¡Pero qué barbaridad que han hecho con esta cancha!”, exclamó el DT de River Plate Néstor “Pipo” Rossi, cuando semanas antes vio el paupérrimo estado del campo. Sometido a un trajín de hasta 10 partidos a la semana, el coloso ñuñoíno no daba más. Sus vías de drenaje estaban tapadas y el campo era una colección de hoyos, champas y pozas.
¿Pero por qué se jugaban tantos partidos ahí? Muy sencillo: no quedaba otra. Ese infame torneo de apertura incluía fechas sábados, domingos y a mitad de semana (que en general se jugaban en familia), a lo que se sumaban los partidos de la Copa Libertadores de la Unión Española y Colo Colo. Este rutinario aporreo llevaba años, como vemos en la foto de abajo, con un programa doble de 1972 que derechamente no calentó a nadie.
A esas alturas, Independencia había sido reemplazado por blocks, el Monumental llevaba 15 años en construcción y el estadio de la base aérea El Bosque no era facilitado por una FACH empeñada entonces en otros menesteres.
¿Y Santa Laura? Mientras en 1973 el Nacional se usaba como campo de concentración, el recinto de Plaza Chacabuco llegó a acoger al récord de ¡12 partidos a la semana! La cancha llegó a final de año arruinada, obligando a una completa refacción que recién acabaría en septiembre del 74.
La Unión, como tantas veces, amenazó con no volver a prestarle su estadio a nadie si la Asociación Central de Fútbol no financiaba al menos la mitad de los costos de reparación.
Sin el Nacional ni Santa Laura, en Santiago quedaban apenas dos recintos malamente aptos para la práctica profesional: el gélido San Eugenio y el incómodo estadio de la UTE, que en conjunto sumaban apenas 13 mil asientos.
Al cabo, la decisión fue obvia: seguir usando el Nacional hasta que terminó hecho bolsa. Entonces reabrió Santa Laura, la dirigencia hispana recibió algunos escudos como compensación y todos contentos.
Fotos: archivo revista Estadio, José Carvajal.