«Lobby»… esta ha sido una la palabra que ha dominado esta semana que termina: «lobby». Se puso en el tapete por la acusación contra el diputado Daniel Farcas, hecha por su par Vlado Mirosevic, de haber trabajado en favor de los intereses de Microsoft al presentar un proyecto de acuerdo que privilegia el pago de licencias sobre la idea de Mirosevic de usar softwares libres. Es un tema con muchos rincones sin iluminar. Según una nota de El Mostrador, titulada «El largo brazo del lobby de Microsoft y sus redes en la clase política», ningún proyecto que privilegie el software libre ha logrado ser aprobado en el Congreso.
En esta línea, añade el sitio, los «lobbistas del gigante norteamericano se reunieron con varios diputados en los últimos meses, buscando bloquear el proyecto que instaba al fisco a utilizar software libre. El PPD Daniel Farcas, quien reconoce una “larga relación” con los desarrolladores de softwares pagados, fue el único que accedió a respaldarlos».
Y entre las firmas que el propio Farcas consiguió para patrocinar su posición, hay antecedentes también oscuros, como los que denuncia en la misma nota el diputado del PC, Daniel Núñez. Según Núñez, la que aparece en el documento no es su firma: “Me sorprende figurar en el proyecto de resolución. La firma que figura en el documento no es mía. Pediré que se investigue la situación, porque no firmé la declaración”.
Detrás de todo este escándalo se esconde mucho territorio sin nombre. Muchos conceptos sin definiciones claras. ¿Qué es lobby? ¿Cuáles son sus límites jurídicos y éticos? ¿Corre plata para campañas u otros fines debajo de la mesa? ¿Cuándo se transparentará todo esto y por qué durante tantos años no se ha avanzado al respecto? Es de esperar que todo lo sucedido con Microsoft y su red de poder sirva para avanzar en una de las grandes materias pendientes de la política chilena: su relación con el «lobby»…