MALDITO ROCK AND ROLL

Chicago: el comienzo arrollador de las Big Bands de Rock

Equipo Futuro |

Ernesto Bustos analiza la primera época de Chicago y su aporte al sonido de fusión.

Cualquier gusto en la vida requiere de ciertos sacrificios. De lo contrario, la vida no tendría ninguna gracia. Por lo mismo, aprovechando la tranquilidad que me entregan 4 días de descanso y celebración mesurada por las Fiestas Patrias, decidí que era el momento de hacerlo.

Escribir sobre Chicago, una de las bandas «Top Ten» en mi olimpo personal, representa todo un desafío, partiendo por el simple hecho de no tener una excusa para escribir o, lisa y llanamente, porque su época de gloria fue hace 4 décadas. Así de simple y así de honesto. Nada de maquillajes o discursos sin contenido.

«Uno de de los mayores enigmas de la historia del rock». Así definió a Chicago la crítica promediando los ’70. Bueno, esa misma crítica que los amó y los destruyó sin contemplación, aún no ha encontrado los medios adecuados para analizar y comprender la larga historia de una formación que supo ser al mismo tiempo original y banal, grande y pequeña, imaginativa y repetitiva sin complejos de ningún tipo.

Si hoy Chicago es un grupo que nos transporta a un pasado un tanto superficial o consistente, depende del gusto del consumidor, ello no debe limitar la evaluación de la trayectoria artística de sus 7 músicos: muchos alcanzaron su objetivo, obteniendo excelentes resultados y vendiendo muchos (y buenos) discos en todo el mundo. Al menos los 5 primeros trabajos de la banda … los 6… bueno… los 7 primeros y creo dejar a muchos conformes, son hasta hoy un aporte consistente al rock sin etiquetas.

Hasta 1975, Chicago fue el grupo más amado por el público americano, tanto, que los ejecutivos de CBS decidieron hacer debutar a un joven Bruce Springsteen como telonero de la banda, para aprovechar su enorme popularidad en Estados Unidos (recordemos que la banda acaba de editar su registro número 27, titulado «Chicago XXXVI», con 4 de sus 7 integrantes originales).

Pero después las cosas cambiaron. Durante más de una década, a contar de 1976, los discos se sucedieron aburridamente, los conciertos se espaciaban y el grupo parecía falto de energías creativas. Su música también cambió. Al principio su propuesta era perturbadora: unir el rock a la gran orquestación jazz, encontrar equilibrios despreocupados, alternar guitarras eléctricas y secciones de viento que, lo más seguro, habrían vuelto loco a Duke Ellington, por ejemplo, es parte de una escuela que Robert Lamm, James Pankow, Lee Loughnane, Walter Parazaider, Terry Kath (muerto en 1978), Peter Cetera y Danny Seraphine, supieron otorgarle la continuidad que los Blood Sweet & Tears instauraron a partir de 1967 bajo el concepto estilístico de jazz rock, fusionando rock, blues, pop y jazz a través de arreglos complejos y que  Joachim E. Berendt, periodista, escritor, crítico y productor discográfico de jazz, denominó las Big Bands de Rock.

Más tarde esta mezcla también fue perdiendo fuerza y Chicago, con legítimo derecho, todo depende del cristal con que se mire, se convirtió en una banda fabricante de éxitos que, al menos en mi caso, sólo sirven para recordar aquellas fiestas de adolescencia cuando se bailaba apretado y punto.

Pero aquellos buenos discos, «Chicago Transit Authoroty» (1969), «Chicago II» (1970), «Chicago III» (1971), At Carnegie Hall, Vols. 1-4 («Chicago IV», 1971), «Chicago V» (1972), «Chicago VI» (1973) y «ChicagoVII» (1974), representaron a fines de los ’60 y la primera mitad de los ‘70 una propuesta innovadora, llena de frescura y de “variados colores musicales”, me explicaba hace algunos días un profesor de saxo y músico profesional. Pues bien, el éxito fue arrollador en esos años.

Y un detalle no menor. Tardé mucho, pero mucho tiempo, en aprender de memoria el nombre de los 7 integrantes. ¿Quiénes eran?

-Robert Lamm (teclados y voz), hoy líder de la versión del siglo XXI de la banda, fue su cerebro durante la primera época de Chicago y principal arreglador. Algunos le decían “el jefe”.

-Peter Cetera (bajo y voz), era el alma melódica de la agrupación, el último en unirse a Chicago y el primero en abandonar el barco para iniciar una exitosa carrera solista.

-Terry Kath (guitarra eléctrica y voz), fue el cantante principal de la banda en los primeros discos y quien marcaba los tiempos del grupo sobre el escenario. Acabó trágicamente, cuando en 1978 se disparó un tiro jugando a la ruleta rusa. Con el tiempo se transformó en agente conciliador, siendo capaz de acercar posiciones entre las complejas arquitecturas sonoras de Robert Lamm y los arrebatos jazzísticos de James Pankow.

-James Pankow (trombón), representaba el espíritu sesentero de la banda. Obsesivo con su sonido, se convirtió en una suerte de líder de la sección de vientos, uno de los elementos más carácterísticos del sonido acuñado por Chicago. Continúa siendo parte de la banda.

-Walter Parazaider (saxofón), comenzó tocando clarinete. Su sueño era convertirse en un Big Band Jazz musician. Antes de unirse a Chicago se tituló en literatura inglesa. Continúa siendo parte de la banda.

-Lee Loughnane (trompeta), el gusto por la música lo heredó de su padre, un trompetista de jazz, quien le enseñó a amar ese estilo de música y le entregó algunos secretos para desempeñarse sin contratiempos en la improvisación, su principal aporte a Chicago. Continúa siendo parte de la banda.

-Danny Seraphine (batería), era el alma musical del grupo y encargado de la actividad administrativa. Voz de peso en las decisiones importantes que Chicago tomó en relación a su música y las finanzas.

Lo que sucedió con Chicago a contar de los ’80 es materia conocida y no pretendo ahondar en ella. Sus primeros discos, un tesoro que guardo bajo 7 llaves y del cual me quedan 3 piezas por completar, son el legado más valioso que regaló una banda difícil de clasificar, pero agradable de oir y disfrutar.

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