Las ambiciones artísticas (y sobre todo las grandes ambiciones) nunca son mal vistas en la medida de que tengas el talento suficiente para respaldarlas. Talento y ganas de demostrar que todo a cuanto aspiras no es sino la consecuencia lógica de años de esfuerzo y de convicciones puestas a prueba. Esto es lo primero que queda en evidencia luego de escuchar Magnaa, el nuevo álbum de los nacionales Thornafire (FDA Rekotz), el cual saldrá a la venta en Europa a fines de septiembre.
Grabado entre febrero y junio de este año en el estudio Sade, con Juan Pablo Donoso, su ex baterista, y mezclado y masterizado en Soundlodge (Alemania), sin duda que es un paso adelante en comparación a Eclipse Nox Coagula (2012). No sé si es mejor, pero es distinto: suena más nítido, más compacto y, por lo tanto, se hace más visible que es un trío haciendo death metal y no un regimiento levantando una muralla sonora para ganar por paliza.
Y quizás allí está la gracia (y el mayor valor) de la propuesta de Víctor Mac-Namara, guitarrista y principal compositor e intérprete de la banda: aprovechar esa aparente precariedad para sacar el mayor provecho a cada instrumento. Debes ser realmente bueno para atreverte a tocar metal como trío, pues es imposible esconderte.
Conceptualmente, Magnaa sigue una línea similar a los discos anteriores: la agonía, la imposibilidad de redención, los cuestionamientos existenciales y odio contra aquellos de los que esperamos algo que siempre nos negaron. Exagerando la ruina caída / sobre los hombros del débil / que crece hacia abajo, cantan en “Vortex de Sileo” o bien: Envenenando la sangre / caníbal bebe en la copa / saboreando la vida humillada (“La voluntad de los autócratas”).
Pero más allá del mensaje (y del artificio y de las metáforas que engloba el metal), los énfasis de Christian Argandoña (bajo y voz) y sobre todo lo pulcro de sus letras, partiendo desde los títulos, son una característica que Thornafire ha sabido cultivar.
Musicalmente, Magnaa es un disco completo. Basta poner ojo a la introducción, intermedio y cierre para advertir que se trata del trabajo que no se impuso topes, y al mismo tiempo sumó a algunos invitados como Marco Bianchi (Sorrowfield) y Álvaro Lillo (Watain, Undercroft).
Desde “La sierpe”, el primer tema, hasta “Espiritual Lid Paranoia”, la banda echa mano a todos los recursos creativos que le ha dado la experiencia: riffs que van y vienen entre ritmos sincopados, armonías y segmentos que no le temen a la melodía ni a los arreglos de cuerda ni a los teclados para de reforzar determinadas atmósferas.
Al final, no importa cuán rápido eres a la hora del blast beat ni tampoco lo que seas capaz de hacer con el doble bombo (no el doble pedal), sino de qué modo puedes matizarlos, realzarlos o bien interrumpirlos para sorprender a quienes están del otro lado del parlante. Y en eso las composiciones de Víctor Mac-Namara están llenas de detalles, algunos de los cuales recién descubres a la segunda o tercera pasada del disco. Otros, en cambio, son más frontales, como ocurre con “Sacrificial Catabasis” y su partida demoledora, o bien “La esencia invisible” y ese pasaje deslumbrante a partir de los 2:45.
Mención aparte para “Scorching Iron Thorns”, tema que pertenece a las sesiones de grabación de Eclipse Nox Coagula (misteriosas son las razones por las que los músicos deciden dejar fuera cierto material), y al extraordinario instrumental “Corvus Corax”, con el que uno entiende mejor dónde están las fuentes creativas que inspiran a la banda: los grandes compositores europeos del siglo XVIII y XIX.
Thornafire ha regresado con un disco imponente, de estándar internacional, y a la altura de sus ambiciones.