La llegada del Valparaíso Ferroviarios al profesionalismo en 1962 es una de las rarezas de la historia del fútbol chileno. De acuerdo a esa ley no escrita que impedía en provincias la existencia de más de un club por ciudad, este equipo nunca debió haber jugado en Segunda. Sin embargo, su oferta parecía atractiva y la dirigencia central la acogió.
El club prometía un estadio grandote en el cerro Esperanza -límite entre Viña y Valparaíso- y una masa de socios de los sindicatos ferrocarrileros del ramal del puerto. Eran argumentos casi calcados a los que usó en 1950 el Ferroviarios de Santiago, instalado en Primera gracias a la fusión forzosa con Ferrobádminton.
El Club Deportivo Valparaíso Ferroviarios no era un aparecido en el fútbol porteño. Fundado a comienzos del siglo 20, en 1928 figuraba como campeón de la liga local, tenía una coqueta canchita con vista al mar al lado de la Maestranza Barón, aportaba jugadores para La Roja olímpica de Ámsterdam y se daba el gusto de quitarle en los Campos de Sports de Ñuñoa un invicto de casi un año a Colo Colo.
El Valpo Ferro usaba camisetas negras, toda una rareza en la monótona paleta de colores nacional. Junto a Santiago Wanderers, La Cruz, Jorge V, Deportivo Español, Sportiva Italiana y el Everton (aún no mudado a Viña), eran los cuadros más populares de una zona que le competía de tú a tú a Santiago en cuanto a poderío futbolístico.
Ya vimos como, entre todos ellos, fue Wanderers el que primó para dar el salto a la Primera División (arrastrando casi sin querer a los evertonianos). Cuando La Cruz fracasó en el intento por seguir sus pasos, se pensó que nunca más otro club osaría a disputar la supremacía caturra en el puerto.
Y entonces apareció Valparaíso Ferroviarios. Aceptado a regañadientes en Segunda, desde el principio sus vecinos le hicieron la guerra. Debido a los reclamos wanderinos ante la Asociación Central de Fútbol (ACF), prácticamente nunca pudo hacer uso de su estadio y acabó exiliado en la cancha de las maestranzas de Limache, donde jamás logró arraigarse.
Deportivamente, hay que decirlo, el breve paso de los “camisas negras” por el Ascenso no tuvo gusto a nada. En 1962 acabó penúltimo, sólo por arriba de Colchagua (que no descendió pues la ACF decidió ampliar los cupos de Segunda). Uno de los escasos triunfos de Valpo Ferro fue sobre el San Antonio Unido, que a la larga privó al equipo morado de la única gran posibilidad de ascender a Primera que ha tenido en su larga historia.
Ya entonces había consenso de que el Valpo Ferro no era gran aporte y sólo estaba ocupando el espacio que otras plazas provincianas reclamaban a gritos y con justa razón.
En 1963, los ferroviarios porteños cumplieron otra campaña mediocre. Apenas ganaron dos cotejos durante todo el torneo; sólo cuando su descenso ya estaba sentenciado, la dirigencia los autorizó a usar su cancha porteña. A esas alturas, sin embargo, no calentaban a nadie y esos partidos a los que a veces no iban siquiera 50 personas probablemente marcan el récord de bajas asistencias en la historia de nuestro balompié rentado.
Fotos: revistas Estadio y Gol y Gol.