Por Carlos Albarracín (Dr. Rock & Roll)
He tenido la suerte de ver en vivo a la gran mayoría de mis héroes del rock, pero después de esa vez no volví a ser el mismo.
De muy joven tengo ese vinilo doble, “Live Rust”. Recuerdo que nos juntábamos con los amigos a escucharlo e imaginando qué eran esos duendes de ojos luminosos que salían en las fotos, Pasó mucho tiempo hasta tener acceso a algún video en vivo y ver a esos 3 hippies amontonados en el centro del escenario dejando el alma en cada canción. Luego, no le seguí mucho la pista al viejo Neil hasta que en una entrega de premios MTV en 1993, Eddie Vedder lo presenta como el “padrino del grunge” y me enteré que seguía activo.
Hasta que a fines del año 2000, mi viejo amigo José Corral me dice “prepárate, que el 18 de enero del 2001 viene Neil Young a Baires es ahora o nunca” vamos? …vamos!”.
Los días previos a ese show en Baires fueron de un calor y humedad tropical que ahogaban, pero ese día había un viento muy amable que nos acompañó hasta el club de polo de Palermo al encuentro con el viejo Neil.
Ese día tocaban los Ratones Paranoicos, Neil Young y luego Oasis (en su mejor momento), pero los de Manchester pidieron ceder el honor de cerrar el festival al viejo Neil.
Durante el show de Oasis recorrimos todo el recinto del festival llenando nuestros vasos de ron para pasar el calor que hacía en el recinto y los hermanos Gallager terminan su set con “Hey Hey My My” como una especie de reverencia
Al terminar el show de Oasis, la mayoría de las 20.000 personas que había en Club de Polo se fue a sus casas y los que quedaron se fueron a recorrer el recinto o a los stands de comida, lo que nos permitió ir a ver en primera fila como el crew de Neil Young montaba el escenario, incluido un ritual de exorcismo del stage con unas ramas de incienso lo que incluyo al público también.
Se apagan las luces y los primeros acordes de la guitarra dejan todo es su lugar. Un viejo de 55 años, junto a su pandilla de toda la vida, la Crazy Horse, da una clase magistral de lo que es el verdadero espíritu del rock&roll, alargando los finales las veces que sea necesario para aterrizar de forma correcta el viaje que es en lo que se convierte cada canción. El viento acompaña desde el comienzo del show, hasta que en el momento más esperado por nosotros (“Cortez The Hiller”), la lluvia nos recuerda que hasta el cielo se emociona junto a nosotros de poder estar viviendo ese momento.
A partir de ahí el show es un remolino de emociones al compás de clásicos como “Hey Hey, My My (Into the Black)”, “Love and Only Love”, Cinnamon Girl”, “ Fuckin’ Up”, “ Like a Hurricane” y “Rockin’ In The Free World” con el público coreando hasta los riffs de cada canción y acompañando a la voz temblorosa y única de Neil Young, aparecen las coristas, un piano disfrazado de vaca, y después del primer bis viene otro momento memorable con “The Needle and the Damage Done” (solo con guitarra),”Down by the River” y “Roll Another Number” (For the Road) de despedida.
Se apagaron las luces y nos quedamos inmóviles frente al escenario un buen rato unas 500 personas, como queriendo congelar para siempre la experiencia, cuando aparece otra vez Neil Young en el escenario para hacer un 2do bis, pero como habían apagado la amplificación del recinto Neil gira los parlantes de retorno del escenario hacia el público y nos regala “Powderfinger” y “Sedan Delivery” como broche de oro.
Saliendo de ese Club de Polo, nos sumergimos en la noche de Buenos Aires empapados por la lluvia y envueltos en las llamas de ese fuego sagrado llamado “rock&roll”.