Sangre y arena… así era la voz de Joe Cocker, una mezcla de sangre y arena. Parado sobre sus botas con estrellas de cuatro puntas pasó a la posteridad en ese festival de Woodstock que parecía ser la siembra y la cosecha de todo. El principio y el fin de una Era. La belleza y el caos de una serie de sueños que morían para vivir por siempre. Joe Cocker fue un hijo de ese tiempo. Como poseído en Woodstock con una versión que reinventó a The Beatles, se ganó un puesto más que merecido en la vitrina del rock porque vocalistas como él, no crecen a montones.
Proletario, bohemio, alcohólico. Pudo haber muerto antes, como tantos que no pudieron con el peso de sus leyendas. Pero Cocker supo seguir adelante y no dejar joven los escenarios. Con Cocker, las obras de arte se pintaban nuevamente. Cuando cantaba, Joe Cocker dejaba de ser un simple artista para transformarse en una especie de arrebato de la naturaleza. Era un bramido de intención, una sacudida del destino.
Murió hace pocas horas a los 70 años. Su agente, Berrie Marshall, señaló que había fallecido un artista “sencillamente único”. Vaya que es cierto. El rock´n roll pierde hoy una de sus piezas claves, uno de sus destellos ahora inmortales… Una voz construida sobre sangre y arena…