Eran las vacaciones soñadas… Después de un año demoledor, la Presidenta Bachelet se recluía en su tradicional casa de veraneo de Caburgua. Y lo hacía con la sonrisa amplia, luego de un enero triunfal que dejaba al Gobierno repuntando en las encuestas y a sus principales reformas, educacional incluida, aprobadas en el Parlamento. Pero vino esto, el caso Caval. Un misil que ni siquiera fue lanzado por la oposición tampoco de sus propias filas, sino de su íntimo núcleo familiar. Es decir, un disparo de los más duros y de los más difíciles de afrontar.
Quizás por eso no extrañaron las primeras palabras pronunciadas por la Presidenta Bachelet sobre los manejos que significaron la salida del Gobierno de su hijo, Sebastián Dávalos.
«Conozco bien mi responsabilidad como Presidenta de la República y como tal hay una gran prioridad que yo me fijé en este gobierno, en el anterior y en toda mi vida, la cual es seguir trabajando para que tengamos una una nación más justa y equitativa». Y agregó visiblemente acongojada que en esta tarea, “muchas veces hay que tomar decisiones que pueden ser dolorosas, y para lograr que nuestro país sea un mejor país para todos es mi deber enfrentar cualquier hecho que pudiera obstaculizar o comprometer ese objetivo de igualdad y de justicia que nos hemos planteado».
Sólo tres preguntas aceptó la Presidenta, las cuales respondió lacónicamente. Entre ellas, que se enteró por la prensa del escándalo producido por un hijo cuya debilidad por los negocios de utilidades rápidas y suculentas, ya habían sido puestos en el tapete por la Revista Qué Pasa. La Presidenta Bachelet recibió un golpe durísimo que, dice, fue inesperado pero es ella la responsable de haber puesto en un lugar clave de su administración a alguien que conoce desde el vientre materno…