Por Javier Sandoval G.
Fotos: Juan Pablo Quiroz
Un show con sentimientos encontrados fue lo que Ministry dio el pasado martes en la discoteque Blondie de Santiago. Una de las bandas emblemáticas del metal que aún no debutaba en nuestro país dio un recital potente, agresivo, con buenos apoyos audiovisuales y, obviamente, temas nuevos y antiguos que apelaron directamente a la nostalgia y al desorden de los asistentes que llegaron en masa al local capitalino. Sin embargo, esa misma cantidad dejó chico al recinto que los albergaba, el que claramente se sobrevendió, haciendo que muchas personas quedaran en posiciones desfavorables para disfrutar un concierto, más si el sonido, a momentos, no acompañaba.
Dos horas antes del show, el pasillo de la galería en donde está ubicada la Blondie se llenaba paulatinamente de fanáticos queriendo entrar pronto al recital, algunos incluso disfrazados como el vocalista y líder de la banda, Al Jougensen. En su mayoría, los asistentes al evento fueron adultos, 30 ó 40 años aproximadamente, los mismos que cambiaron su antigua espera de décadas para ver a Ministry por una más pequeña, mucho más pequeña, de tan solo un par de horas. Tal vez nunca pensaron que en tan poco tiempo verían a tan icónico conjunto.
A las 22:00 horas el local santiaguino ya se encontraba lleno, repleto mejor dicho, dejando a las últimas personas en entrar en sectores realmente incómodos para ver el recital. Aquello fue debido a una evidente sobreventa y, en gran parte, a los sectores (palco, cancha general, tribuna) que estaban determinados en el antiguo recinto para Ministry, el Teatro Caupolicán, ya que a la hora de ser trasladado para la Blondie la “tribuna” pasó a ser “cancha general”, y la antigua “cancha general” pasó a ser “cancha vip”. Sí, cancha vip en una discoteque para no más de mil personas. Per se el campo preferencial es ridículo, y más si es para un espectáculo de metal, en donde las divisiones no hacen más que manchar el concierto. Si hubiese habido sólo una cancha (además de una mejor organización), tal vez otro gallo cantaría en relación a las personas que llegaron tarde y que se tuvieron que conformar con ver dificultosamente el show.
El reloj mostraba las 22:15 y un video de presentación, proyectado en una pantalla gigante ubicada en el escenario, le hacía saber a los asistentes que su larga espera ya había terminado. Aquellas exposiciones audiovisuales no sólo sirvieron para el comienzo del show, sino que a lo largo de éste para ayudar a darle más espectáculo a las interpretaciones del grupo, ya sea mostrando escenas relacionadas a diversos medios de comunicación, presidentes, poderes fácticos y algunos destellos no aptos para epilépticos.
Monte Pittman, Sin Quirin, Tony Campos, Aaron Rossi y John Bechdel pisaron el escenario del recinto capitalino recibiendo los aplausos correspondientes, pero ni comparados con los que Al, el tío Al, se llevó por parte del público. Los primeros gritos de guerra de los estadounidenses fueron extraídos directamente de su último disco, From Beer to Eternity, como lo son “Hail to His Majesty” y “Punch in the face”. Acto seguido llegó “PermaWar” del mismo álbum publicado en 2013, donde sucedió la primera falla de sonido, ya que éste bajó de manera abrupta. Aquello duró hasta los primeros minutos de la siguiente canción, “Fairly Unbalanced”, también de su última placa. Pese a que no eran los temas más conocidos ni los más emblemáticos de Ministry, fueron recibidos de muy buena manera.
El calor humano era a momentos insoportable. Fue tendencia ver personas sin polera llenas de sudor, otras levantando la cabeza en busca de algo de aire e incluso algunas capeando las altas temperaturas con abanicos improvisados a base de afiches de futuros recitales. De todas formas, ese calor fue superado por las ganas de vacilar cuando los oriundos de Chicago tocaron una tripleta del Río Grande Blood (2006): el tema homónimo de dicho disco, “Señor Peligro” y “LiesLiesLies”. En este último se volvió a vivir una falla de sonido, igual a la de “PermaWar” unos minutos atrás.
Jourgensen es un frontman peculiar. No necesitaba correr enérgicamente de un lado del escenario al otro. Tampoco hablar excesivamente con los fans (aunque sí compartió unos minutos con ellos cuando bajó a la primera fila de la cancha para saludar a algunos). Al cantante de origen cubano le bastó instalarse sobre las tablas, tomar su cadavérico atril de micrófono y hacer saber que él estaba ahí, tal como un jefe. Como el jefe del industrial. Como el tío Al. Él ya tenía conquistado a un público que estaba entusiasmado desde hace un par de décadas.
Las pinceladas a discos específicos continuaron en la calurosa jornada. Con “Waiting” (¡qué momento!) y “Worthless” llegaba la hora de repasar Houses of the Molé (2004), seguida de “Life is Good”, en donde, nuevamente, falló el sonido, tal como en las dos canciones anteriormente mencionadas. Además de las falencias ya comentadas, había veces en que el grupo se escuchaba como una sola gran masa de ruido. Problema similar con el bombo de la batería de Rossi, la que en algunos temas se comía a los demás instrumentos, especialmente a las guitarras de Quirin y Pittman a la hora de los solos.
El dicho “lo mejor siempre es para el final” cobró más sentido que nunca la noche de ayer. Ministry dejó cuatro canciones de dos de sus placas más clásicas como guindas de la torta. Los primeros en sonar fueron “N.W.O.” y “Just One Fix” del Psalm 69: The Way to Succeed and the Way to Suck Eggs de 1992. En esos momentos, los asistentes estaban en un trance cargado de pasión y violencia. Era cosa de ver como la tribuna movía los brazos en compás a los coros, así como la cancha se volvía un despelote debido a los mosh.
Los dos temas restantes fueron “Thieves” y “So What”. Temazos por donde se les mire y escuche; momentos de locura a donde se mirara en la Blondie. Era emocionante ver como los más adultos, que fueron mayoría, cantaban a todo pulmón aquellos himnos del disco The Mind is a Terrible Thing to Taste (1989). Cuántas historias, fiestas, peleas o charlas habrán tenido con esos temas de fondo. Cuántas anécdotas vividas gracias a Ministry.
Pese a que Jourgensen y compañía habían hecho abandono de las tablas de la discoteque, el público no se movió ni por si acaso. Nadie se quería ir, pese al calor –al infernal calor– que había. Los “no nos vamos ni cagando” fueron reemplazados por los temas que los asistentes anhelaban escuchar, donde el más solicitado fue, por lejos, “Burning Inside”. De todas formas, esa no fue la canción elegida por los norteamericanos para regresar al escenario, sino que la atrapante “Khyber Pass”, con la que le dieron fin al primer concierto de los oriundos de Chicago en Chile.
Con un cariñoso gesto de despedida de Al Jourgensen hacia los asistentes al evento, Ministry dejó, ahora sí, definitivamente la discoteque Blondie. Un recital potente, con canciones clásicas directas a la vena, pero que lamentablemente fue empañado por la sobreventa y el sonido que no acompañó del todo. La banda merecía algo mejor. Los espectadores merecían algo mucho mejor. Sin embargo, ellos saben que el problema no fue de los músicos, ya que su puesta fue simple, pero con la actitud suficiente para hacer saltar, cantar y sudar hasta la última gota al público que había juntado ganas desde hace treinta años para este día. La espera fue larga, demasiado larga. Lamentablemente, para un número de fanáticos, las expectativas no fueron satisfechas del todo.