PUNTERO FANTASMA

¿Y si eliminamos la Segunda División?

Felipe Pumarino |

Por más de 60 años, nuestro vilipendiado fútbol ha tenido una buena gracia: una Segunda División formal, con promociones regulares a Primera, reglas medianamente claras y amplia cobertura geográfica. No es poca cosa, si consideramos que al resto de Latinoamérica le costó un mundo consolidar sus campeonatos de ascenso. Sin ir muy lejos, en países como Perú o Colombia aún el torneo de Segunda es una chacota.

En 1954, sin embargo, estuvimos a punto de cometer un error garrafal que hubiera retrasado por décadas la consolidación de nuestra estructura de campeonatos.

La Segunda División de Chile fue creada en 1952 como respuesta a la demanda de clubes de provincia para disputar en cancha un cupo en Primera. Nació relativamente grande -con equipos desde Los Andes a Talca- y su temporada inaugural fue un exitazo de público.

¿El problema? Para evitar una batahola, a fines de ese año hubo que duplicar los ascensos (subieron Rangers y Palestino, empatados en la tabla general); mientras tanto Green Cross -último de Primera- se negó a bajar aduciendo esa regla no escrita que decía que los fundadores del profesionalismo debían ser tres veces colistas para descender. Entonces la Primera División quedó conformada por 14 equipos, lo que todos juzgaban un exceso.

Ahí comenzó el despelote. Al año siguiente Thomas Bata de Peñaflor -campeón del Ascenso- se negó a subir; de paso, salvó a Iberia, eterno colista de Primera. Por una u otra razón, la premisa de que cada año debía haber el mismo número de ascensos y descensos para mantener el orden de los torneos no podía ser cumplida.

Entonces, a comienzos del 54, varios clubes chicos de Primera discurrieron una idea genial: desmantelar la Segunda División. A su juicio, el nuevo torneo traía puros problemas y generaba una innecesaria incomodidad -hoy le hubieran llamado estrés- entre aquellas instituciones sin recursos para pelear el título. Para ellos todo debía volver atrás, cuando descender era casi imposible.

Esta propuesta rápidamente ganó adeptos -qué rico saber desde el comienzo del torneo que no hay posibilidad alguna de bajar- e incluso en abril se llegó a votar su aprobación. De un plumazo se acababa con el Ascenso, ante el estupor y la protesta de los equipos de Segunda. Durante 15 días, el fútbol chileno retrocedió a 1933 y se desató una amarga guerra civil, con amenazas de ligas paralelas incluidas.

Por suerte, la Federación de Fútbol de Chile se puso los pantalones y deshizo lo obrado por sus socios. Acordó entonces que era justo y necesario ordenar los ascensos y descensos: hay que recordar que en más de 20 años de fútbol rentado nunca una temporada había concluido con este proceso obvio de manera regular.

Para fijar en 12 la cantidad de participantes de ambas divisiones, en las siguientes temporadas (1954 y 1955) habría 2 descensos y 1 ascenso; a partir de 1956 subiría un equipo, bajaría otro y santas pascuas.

La decisión fue saludada con alborozo por la prensa deportiva y el medio en general. A fines del 54, bajó Iberia y subió el recién fusionado O’Higgins. Del segundo descenso -por cierto- nadie se acordó. Y desde entonces, sea cual sea el engendro de torneo que se juegue, siempre el campeón de Segunda ha terminado subiendo.

Fotos: revista Estadio.

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