La llegada de jugadores europeos al fútbol chileno ha sido siempre una rareza. Estrujando la memoria, asoma uno que otro español en la Unión, el ruso Molokoedov en Santiago Morning y poco más.
Y claro, están los alemanes de Deportes Concepción. Hans Werner Lamour, Hans Joachim Schellberg y Ralf Berger llegaron a Chile en 1977; venían de categorías menores de la Bundesliga y su contratación fue impulsada por uno de los mayores incomprendidos de nuestra historia pelotera.
¿Cómo definir a Nelson Oyarzún? Preparador físico reconvertido en DT tras un perfeccionamiento en Alemania Federal, fue sin duda un adelantado a su tiempo. Obsesionado por el biotipo, mantenía una preocupación inusual por la vida doméstica de los jugadores -cómo se alimentaban o dormían- y alentaba un rigor táctico muy cercano a lo que décadas después llamaríamos “bielsismo”.
En enero de 1977, el presidente de Deportes Concepción, Vittorio Yaconi, decidió que su club necesitaba un salto de calidad. Durante toda esa década, el cuadro penquista venía amenazando con pelear seriamente por el título. Desde 1970 no había terminado ninguna temporada bajo el 5° puesto; siempre partía bien, pero solía desinflarse al final. Yaconi confió entonces en el revolucionario discurso del ex PF, quien haría en el sur sus primeras armas como técnico.
El inmediato arribo de los tres alemanes a Conce tenía bastante que ver con la lucha de “Consomé” Oyarzún por construir desde adentro a un nuevo jugador chileno “física y mentalmente superior”, más cercano a la disciplina europea que a la flojera criolla. A Berger lo describía como “un puntero supersónico”; “Hango” Schellberg era “un transitador de cancha con un pase milimétrico a distancia”; Lamour era un delantero impetuoso con precisión matemática. A juicio del entrenador, estos prodigios serían capaces de contagiarle al resto del plantel lila los fundamentos de un fútbol “simple, directo, fuerte y técnico”, lejano al toquecito cansino, la cachaña intrascendente en mediocampo y el centro desmedido que siempre han predominado en nuestras canchas.
Tan provinciano era Chile entonces que mucha gente se escapaba de la pega hasta los entrenamientos en Collao, sólo para ver “cómo eran los tres alemanes”. La mediática pretemporada fue calificada jocosamente por la prensa local como “Operación Alemania”.
Siendo sinceros, el medio se rió a carcajadas del novato técnico. A su plantel, la prensa lo apodó “Los Biotipos”; su curioso léxico -plagado de términos como “oxigenación”, “autodominio” o “entrenamiento sistemático”- era considerado jerigonza.
Sus técnicas incluían el entrenamiento en triple jornada, el análisis bioquímico de la sangre de los jugadores, el consumo de consomé y brebajes polivitamínicos para fortalecer las defensas y el aprendizaje sistemático de técnicas de respiración para no cansarse de más. Lo que más llamaba la atención eran las extenuantes carreras de cross country por los cerros, la playa e incluso pleno centro penquista. El medio acusó a “Consomé” de reventar a los pobres futbolistas; tras su debut -un día después de que se bajaran del avión- los alemanes fueron juzgados unánimemente como “troncos”.
En verdad, los muchachos no eran malos. Tenían técnica y velocidad; aunque Berger pasó el año lesionado, Lamour cumplió dignamente y Schellberg de verdad era un motorcito en la mitad de la cancha: al año siguiente firmó en la U, donde jugó 19 partidos. Hoy es comentarista deportivo en Alemania.
Concepción acabó 7° esa temporada, pero Oyarzún había sido echado mucho antes. Al año siguiente recaló en la U -su casa- donde fue despedido tras apenas 7 partidos; luego se marchó a dirigir a un Ñublense atormentado por las deudas. El 10 de septiembre de 1978, con 35 años recién cumplidos, un cáncer se lo llevó para siempre. Entonces se convirtió en leyenda, aunque sólo un año antes se mofaban de las “locuras” de un tipo al que casi todos consideraban poco más que un bocazas.
Fotos: revista Estadio.