Frente a ojos extranjeros, el fútbol profesional chileno ofrece ciertas rarezas. Quizás la principal sea su extrema dispersión geográfica: 3.100 km entre Arica y Puerto Montt, equiparable sólo a las distancias que deben recorrerse en las ligas de Rusia y EE.UU. Otra particularidad son los equipos universitarios, verdaderos anacronismos que sólo prosperaron en este rincón del mundo (y México).
Y hasta no hace mucho, lucíamos otra gran anomalía, tal vez más propia de los países de la Cortina de Hierro: escuadras que representaban a ramas de las fuerzas armadas -y de orden- compitiendo de tú a tú con clubes civiles en torneos rentados.
Si bien no alcanzó a llegar al profesionalismo, pionero fue Brigada Central, el cuadro de la policía capitalina y dueño del Fortín Mapocho. Luego vino Naval de Talcahuano, representante de la Armada y el club castrense más exitoso en nuestro universo pelotero. Tanto, que su desaparición provocó un levantamiento de la sociedad civil que al menos logró rescatar su insigne nombre.
También estuvo Aviación, que aunque pronto se convirtió en un cacho para la FACH, igual alcanzó a jugar una década entre Primera y Segunda. El experimento más reciente es el equipo de Gendarmería, que participó como invitado en la Tercera B 2014.
Sin embargo, la rama uniformada más grande nunca tuvo un equipo profesional. Ganas, en todo caso, no faltaron: un club del Ejército contaría con el respaldo inmediato de la populosa “familia militar” en cada regimiento o cuartel del territorio.
Hace 40 años se gestó un plan hoy absolutamente olvidado. En plena dictadura pinochetista, hubo un intento serio por llevar casi de contrabando a los militares al fútbol rentado. El proyecto se incubó en Av. Viel con la Norte-Sur, específicamente la Fábrica y Maestranzas del Ejército de Chile (Famae). Su impulsor fue Sergio Hidalgo, entonces director general de esta extraña empresa de armamento que operaba dentro de una institución castrense.
Apenado por la pérdida de la “mística corporativa” del personal, el coronel Hidalgo se propuso mejorar la productividad recuperando el espíritu que había guiado a su viejo equipo de básquetbol a coronarse multicampeón de la Asociación Santiago en los años ‘50. Reclutando a varias estrellas cesteras, en 1976 el Famae se dio el gustito de ganar la liga capitalina. Y entonces se le abrió el apetito.
¿Por qué fracasó el proyecto? El mismo coronel Hidalgo se ponía el parche en esa entrevista a revista Estadio: “Una cosa importante sí debe quedar muy en claro; en ningún momento hemos querido o queremos representar al Ejército. Ya he explicado que por tratarse de una institución básica, pilar del país, jamás puede perder. Nosotros somos una empresa y como tal seguiremos actuando”.
Sus temores eran fundados: desde la comandancia en jefe, pronto se le informó que no habría luz verde para ningún proyecto que pudiera meter al Ejército en las incomodidades que ya estaba sufriendo las FACH con Aviación: pifias en las galerías, sospechas de arreglines para beneficiar a los uniformados, fracasos deportivos que perjudicaran el buen nombre institucional.
El rotundo lema “Siempre vencedor, jamás vencido” no podía ser puesto en riesgo por un club cuchufleteado que -fuera como fuera- sería visto como representante de los militares en el fútbol chileno. Así que los sueños del coronel de ver en la cancha a su “Famae campeón” pronto se hicieron trizas.
Fotos: revista Estadio.