Esta es una historia diga de contar… La trae en su última edición la revista Qué Pasa. Es la historia de David Tapia, un joven de 14 años que hace apenas tres era conocido como Andrea. Pensaba y actuaba como hombre, dice el reportaje, pero su cuerpo decía lo contrario. David llegó como Andrea a estudiar a un séptimo básico del Liceo Experimental Manuel de Salas donde se dieron cuenta de su condición de transgénero. Lejos de apartarlo o echarlo, comenzaron con él, sus padres y toda la comunidad del establecimiento un exitoso proceso de integración basado en los ideales laicos que ordena la Universidad de Chile, casa de estudios que rige al Liceo Manuel de Salas.
Informados los padres sobre la situación de David, cuenta la revista, el colegio comenzó a buscar respuestas. Se realizó una charla abierta para profesores y funcionarios dentro del diseño de un programa de sexualidad para el liceo elaborado por psicólogas, orientadores y la enfermera del colegio. Todo bajo el sólo compromiso de integración, acogida y respeto.
Lamentablemente, la niña Andy Escobar, que antes se llamaba Baltazar, no corrió la misma suerte. Sus padres intentaron que su hija comenzara a ser tratada como mujer, pero el colegio Pumahue se negó, diciendo que “vulnera su proyecto educativo”.
El caso de David Tapia deja en evidencia la necesidad que tenemos como sociedad de definir a la educación como una fórmula de integración y no como una maquinaria ideológica o comercial. Es el compromiso de la educación pública, laica, que tenemos el deber de defender ante los embates de los que prefieren ver a los colegios como ghettos religiosos o semilleros de buenas redes de contactos…