“Mata por el Perú”… Ese fue el recado, el consejo, que recibió Carlos Zambrano antes del partido clave que jugaría su selección, la peruana, ante los locales de Chile. Carlos Zambrano, rudo defensa central de la escuadra del norte, tomó literalmente esta arenga que le mandó su propio padre a través de la televisión peruana. A los pocos minutos, tal vez ciego de patriotismo, se ganó la reprimenda del juez venezolano por un fuerte foul a Arturo Vidal. Y al poco rato, cuando recién se cumplían los 20 minutos de juego y mientras sus compañeros tenían a los rivales chilenos a mal traer, Carlos Zambrano recordó el recado de su padre. Charles Aránguiz recibe la pelota y desde atrás, Zambrano le da una patada criminal que bien pudo lesionarlo de gravedad y que le significó la roja directa.
Los mismos medios peruanos fueron duros con su compatriota por haber confundido, dijeron, “ser aguerrido con ser matón”.
Pero, quizás, en la patada del defensa peruano Carlos Zambrano hay culpables más ocultos, culpables atávicos, culpables culturales, agazapados en el chovinismo y el resentimiento. El mismo padre que pide “matar” por su país en una cancha de fútbol es el ejemplo de un camino que jamás se debe seguir y ese es el camino del odio y, en el caso de todo un pueblo peruano, el camino que los privó de la esa gran algarabía que da conseguir un triunfo en una cancha de fútbol. Carlos Zambrano mató por Perú. Pero mató sueños, esperanzas y toda la dicha que entrega al pueblo un deporte tan hermoso como el fútbol…