Recordamos al hombre de negro, fallecido en 12 de septiembre de 2003.
Por Héctor Muñoz Tapia
Hace un buen tiempo, un término se me quedó pegado en la cabeza para siempre. El término en cuestión es lo suficientemente explícito y claro como para entrar a explicarlo en detalle: «arreglatonadas», un concepto que hace directa alusión a, precisamente, arreglar tonadas. Arreglar canciones, arrancarlas de su fuente original e incorporarlas a tu propio bagaje de una manera natural, tan natural que perfectamente puede parecer que la canción en cuestión es de aquel que la arregló, la embelleció y la hizo propia.
Siempre ha habido «arreglatonadas» en la música popular. Especialmente, en la tradición folclórica a nivel mundial, donde bien sabemos que las tonadas fundamentales son aquellas que han pasado de generación en generación a través de la escucha. Nadie se atribuye crédito por ellas. Nadie dice «esa la escribí yo». En los créditos, todas dicen «traditional», y, en ocasiones, al lado de esa estampa de tradicional, aparece un «arrangements by…», el único tipo de crédito que un «arreglatonadas» puede tener sobre canciones ajenas. Eso va para las tradicionales, por supuesto. Un gran arreglador, un genio de este «género» por decirlo de alguna manera, era Leadbelly, quien grabó más de 500 canciones en su carrera. Recorrió Estados Unidos de punta a cabo. Un camino que también hizo el gran folclorista Woody Guthrie.
El «arreglatonadas» se reinventa en los 50, con la aparición del rocanrol en las ondas radiales y en los sencillos de 45 rpm. Era bastante común que viejas tonadas de R&B fueran retocadas en clave de rocanrol blanco. También viejas tonadas de country, convertidas al 4/4 característico de la música que se puede bailar con un desparpajo como pocos. En esto, un gran «arreglatonadas» fue, aunque cueste creerlo, Elvis Presley. Un ejemplo claro de esto es lo que hizo con “Blue Moon Of Kentucky”, tan solo pasándolo bien, en los estudios de Sun Records. Una canción country tradicional convertida en rockabilly por obra y gracia del «rey» del rock and roll. Si alguien quiere argumentos para defender a Presley del típico ataque que se le hace por los cagazos que se mandó, este es uno que puede utilizar. Ese fue el camino que siguieron sus fans al otro lado del Atlántico, esos chicos británicos que revolucionaron todo lo que se les cruzó en el camino.
Pero el gran «arreglatonadas» de todos los tiempos fue, principalmente, un autor de excepción, Johnny Cash. Siempre tuvo el gen de «arreglatonadas» dentro de su formación musical. Sin embargo, es recién en su reinvención de los noventa que esta cualidad aparece en gloria y majestad. Orientado por su productor, Rick Rubin, Cash grabó canciones compuestas por autores contemporáneos, puros tipos que crecieron, probablemente, escuchando al hombre de negro en sus días de gloria. En “American Recordings” de 1993, Cash grabó, además de sentidas canciones propias, versiones asombrosas de temas de Leonard Cohen, Glen Danzig, Kris Kristofferson y Loudon Wainwright. De esas, les recomiendo la emotiva “Thirteen”, original de Danzig.
Cash siguió la línea en los American Recordings que siguieron. Es así que nos vamos encontrando con sentidas revisiones de Soundgarden, U2, The Beatles, Nick Cave, Neil Diamond, Ian Tyson, Hank Snow, Merle Haggard, Depeche Mode y Nine Inch Nails.
Con esas grandes versiones es que el término «arreglatonadas» alcanza su máxima expresión. Es que Cash, más que un arreglador nato, era un intérprete único. Hay muy pocos tipos en este mundo que logren siquiera acercarse al nivel de emotividad con que grababa e interpretaba el gran Johnny Cash. No necesariamente tenía que tocar él. Bastaba con que impusiera su voz única en el registro y la magia de «arreglatonada» ya estaba en el ambiente.
Sin dudas, una de las versiones más cargadas de emotividad es la que Johnny Cash hizo para “Hurt”, canción de Nine Inch Nails. En sus propias palabras: «En esa canción hay más corazón, alma y dolor que en muchas desde hace largo tiempo. Me encanta».
La tomó y la grabó, sorprendiendo gratamente a su autor, Trent Reznor. Al comienzo, reaccionó con perplejidad. «Me sentí invadido. Esa canción era mi criatura. Era como si hubiera construido una casa y otra persona se hubiera instalado en ella. Cuando escribí esa canción, sólo me consideraba a mí mismo narrándola. Es mi voz. Por eso me resultó tan extraño al principio. Además, ni bien se oye su voz, se sabe que es Johnny Cash. Y eso era muy raro. Nunca, ni en mis sueños más salvajes, pensé que escribiría una canción que Johnny Cash querría cantar. Nunca pensé que nuestros caminos se cruzarían. Desde entonces no volví a escuchar mi versión. Estoy tan contento con lo que hicieron con esa canción que no pensé mucho en ella. Ya superé el shock inicial, y me di cuenta de que de eso se trata la música. Yo tiré algunas cosas a la olla, y ahora se convirtieron en otra cosa. Es algo bastante poderoso”.
Johnny Cash sigue vivo en esas canciones. Sigue vivo en las escuchadas a medianoche de su música. Su espíritu siempre está acompañándonos, inspirándonos y alimentándonos cada vez que lo necesitemos. Johnny Cash es mi copiloto, nada me faltará. Aunque nunca nos conocimos, nos encontraremos otra vez.