Un relato basado en un clásico de Bruce Springsteen, en su cumpleaños 66.
Por Héctor Muñoz Tapia
Ilustración de Deb Hoeffner, inspirado en «Rosalita», de Bruce Springsteen
Bruno es un joven de familia humilde que vive en Maipú, madre dueña de casa y padre obrero de la construcción. Su mamá le enseñó canciones de Víctor Jara y Violeta Parra desde niño. Y cuando descubrió a Los Prisioneros, Bruno se entregó por completo a esas canciones frescas que le trazaron un camino casi de inmediato.
Todo este interés nunca le agradó a su esforzado padre, quien vio rápidamente cómo su hijo se embarcaba en un camino que no tendría boleto de vuelta a una vida de sacrificios como la que él tuvo. La tensión no dio para más y el joven se fue de su casa. Comenzó a ganarse el sustento trabajando como junior de día, y tocando en bares de noche. Sólo con su guitarra acústica y un piano del lugar, lograba conmover al público. Bruno construía relatos con los que era fácil identificarse, al menos para los que lo veían apegados a la barra.
Con el paso del tiempo, el joven Bruno ya tocaba en otros lados, con una banda que crecía en número y que lo apañaba en todas. Precisamente, en una presentación en Ñuñoa, vio en el público a una hermosa chica, que destacaba del resto. En sus ojos no tenía la típica mirada de mujer asidua a tocatas. No tenía esa mirada de “uno más en mi lista”, sino una de estar viviendo una aventura como si fuese la primera vez, con brillo en los ojos. Se llamaba Rosalita.
Después del show, hablaron con un trago en la mano. Más tarde, Bruno se ofreció a dejarla a la puerta de su casa. Y Rosalita se asustó. De familia conservadora, vivía en una casa de dos pisos en Puente Alto, literalmente atravesando la ciudad. Rosalita no quería que su estricto padre la viese subida en ese viejo Lada, el auto que Bruno ya tenía contemplado para trabajarlo como taxi en el día. Se estacionó una cuadra antes y la dejó en la puerta de su casa a pie. Se despidieron con un beso al llegar.
El tiempo pasó y Bruno y Rosalita comenzaron a verse con frecuencia. Su relación fue creciendo y con el tiempo, llegaron a jurarse amor eterno. Ambos compartían una marcada sensibilidad hacia el mundo que los rodeaba.
Bruno ya tenía como costumbre participar de los cada vez más frecuentes movimientos sociales y empezó a componer canciones con ese toque. La joven Rosalita lo miraba embelesada cada vez que tocaba. Para esos días, Bruno ya tenía su propia banda, La 5 de Abril, en honor a su comuna de siempre. Con ellos, se las arreglaba para tocar extensos y apasionados números en sus presentaciones, jugando a pegar las canciones y a verse gigante en el escenario de 2×2 en el que solía tocar. El sueño de Rosalita hecho persona. Un tipo que era capaz de canalizar la pasión y de volcarla sobre un escenario. Sabía que sus vidas, de una forma u otra, estarían ligadas para siempre.
Pero siempre encontraban problemas para enfrentar a los padres de ella. Lo que más le preocupaba a Bruno era que no tenía ingreso seguro como para envalentonarse y pararse con coraje ante ellos. Pronto Rosalita cumpliría 21 años y ya estaban planeando irse a vivir juntos y recorrer el país. Pero aún no llegaba ese contrato discográfico por el que Bruno luchaba cada noche con espectaculares presentaciones, y sólo circulaban grabaciones en YouTube. Un día, todo el trabajo dio frutos: pudo firmar un contrato discográfico para unos 5 discos, y recibiría un suculento adelanto en efectivo. Todo esto justo después del cumpleaños número 21 de Rosalita. Bruno sabía que el momento había llegado.
Pero las cosas en casa de de Rosalita andaban de mal en peor. Sus padres rechazaban de plano su relación con Bruno, cada vez más lo veían como una amenaza para su querida hija. Y se la cantaron clarita: “si te vas con ese tipejo, olvídate de tu familia”. Una cosa era aceptarle esos “excéntricos” gustos a su hija; y otra cosa era dejarla partir al “vacío” con un “vago rockero», incapaz de mantenerla. A tal punto llegó que ni a clases la dejaban salir para que nos e encontrara con él.
Una noche, Bruno se aparece en casa de Rosalita con su guitarra colgada en la espalda, decidido a llevársela para siempre. Ella lo miraba desde su ventana en el segundo piso, mientras su padre salía rápidamente a la puerta. Su madre miraba de lejos, con los crespos hechos (literalmente, tubos en la cabeza), pero nada podían hacer. No contaban con la flexibilidad del techo que unía la ventana de la pieza de Rosalita con un árbol. Rosalita trepó y llegó en pocos segundos a la calle. Se subió al Lada de Bruno y no miraron atrás.
Tal como Bruno le había dicho a Rosalita varias veces, se la llevó de viaje. Pararon en un café perdido de la carretera, en donde curiosamente tocaban guitarra toda la noche, improvisando y dejando vidas atrás. Ambos sabían que todo cambiaría. Ya se enfrentaban al desafío de construir una vida nueva juntos.
De inmediato, Bruno dedicó sus esfuerzos a grabar su primer disco junto a la 5 de Abril, la nueva promesa de la escena nacional. Rosalita lo acompañaba a todas partes, pero sentía que no todo iba de maravilla. Algo faltaba, algo que ni siquiera podía expresar con palabras.
Al año después de iniciar una nueva vida junto a Bruno, Rosalita decide terminar la relación y volver a vivir con sus padres. L a aventura, para ella, había terminado.
Bruno, destrozado, la deja partir. Él ya lo tenía claro: los finales felices no existen. Sólo las canciones que cuenten historias. Y convirtió a Rosalita en una canción…