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Crónica de una velada intensa en el Movistar Arena.

Por Jorge Lagás
Fotos: Agencia Uno

Diez años después, Slipknot volvió a Chile a ejercer soberanía como uno de los líderes del rock contemporáneo. Del lado más intenso, de uno que surgió al alero del llamado “nu metal” de fines de los 90, pero demoró poco en demostrar que esa etiqueta les quedaba chica y estaban para algo más amplio. Ya ha pasado bastante agua bajo el puente y a estas alturas son una banda consagrada, con un show reconocido en todo el mundo por lo imponente y con un buen catálogo al que echar mano. Eso es lo que trajeron esta vez, como parte de la gira de promoción de su disco ‘5: The Gray chapter’, y lo vimos en un bien concurrido Movistar Arena.

Los brasileños Sepultura fueron los encargados de abrir el encuentro, con un set de 45 minutos que celebró sus 30 años como la banda más importante del metal sudamericano. Harto clásico en el repertorio, cubrieron desde los tiempos de ‘Schizophrenia’ hasta su single 2015 ‘Under my skin’. Hay gente que tiene sus entendibles resquemores por la falta de los hermanos Cavalera, pero estas canciones siguen haciendo mover la cabeza como siempre. Arrollador cometido de Andreas Kisser y los suyos, Sepultura es una institución y se respeta.

Slipknot, llegada su hora, puso sobre el escenario toda su artillería, el núcleo central de batería/guitarra/bajo/voz y a los costados unos monstruosos sets de tambores y programaciones, que subían, bajaban y se daban vueltas en tarimas móviles. Pasan hartas cosas en el escenario (y abajo de él) y siempre hay algo que estar viendo, gran punto a favor. A eso se le ponen encima una serie de canciones que nunca bajan en intensidad y apelan a lo que estimula a sus fanáticos desde el hipotálamo, la pasión por las sensaciones fuertes. Todas estas revoluciones a tope fueron comandadas por un Corey Taylor que cada vez da más muestras de ser un frontman de alto vuelo, con una personalidad magnética capaz de mover a una audiencia con cada gesto y palabra.

El factor en contra fue el sonido, que no estuvo a la altura de lo que uno esperaría de una banda grande y con todos los recursos que tiene Slipknot. Se puede exigir mucho más. Pero a la fanaticada poco le importó, ya que se movieron como si el mundo se fuera a acabar. Nada que decir de la respuesta del respetable, eran días difíciles para este show (por las cercanías del Santiago Gets Louder, con el que “competía” por un público similar) pero la gente respondió y llenó el Arena, mostrando un fanatismo total. En momentos como ‘The heretic anthem’, el coro masivo de “If you’re 555, then I’m 666!!!” vociferado por todo el Arena hizo retumbar el recinto. La misma sensación de revoluciones a tope se sintió hasta el final, los miles de asistentes se fueron para la casa con cara de haber botado las tensiones de todo un año y de haber visto a una banda que se sabe diferenciar del resto.

Aludiendo al mismo coro de unas líneas más arriba, Slipknot es una banda 666 en una escena 555, entienden como pocos el sentido de un espectáculo en vivo y en lo musical también están un paso adelante. Por el bien de sus fieles, es de esperar que no se demoren tanto en volver.


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