En diciembre de 1961, el torneo de Segunda División determinó el primer ascenso en la historia de dos cuadros casi vecinos: Unión Calera y Unión San Felipe. Hubo fiesta a lo largo del valle del Aconcagua.
Pero la disputa por el ascenso continuaría en los pasillos de la capital. Otros dos nuevos cupos serían asignados por la Asociación Central de Fútbol (ACF) entre los equipos que habían terminado del tercer al sexto lugar de la tabla: Trasandino, La Serena, Magallanes y Ñublense, en ese orden.
¿El criterio? La dirigencia nunca fue clara; la prensa dijo que se privilegiaría a los dos equipos más solventes, tomando en cuenta su tradición, infraestructura, arrastre popular y socios.
Bajo esa lógica, uno de los 4 candidatos quedaba de inmediato descartado. Pese a sus añosos laureles, el “querido Magallanes” ya casi no llevaba gente a la cancha. De hecho, en las estadísticas de asistencia de ese año ocupaba el antepenúltimo puesto, sólo superando a los fantasmagóricos San Bernardo Central e Iberia de Conchalí.
La pelea entonces quedaba reducida a serenenses, andinos y chillanejos. Todos lucían estupendos borderós, miles de socios en su padrón y trasladaban a millares de hinchas por Chile para sus partidos de visita. Ante la demora de la ACF en tomar la decisión, la revista Estadio propuso que se respetara el orden en la tabla, privilegiando a La Serena y Trasandino.
Pero algo triste se estaba fraguando en Santiago. De la nada, dirigentes magallánicos sacaron por enésima vez del sombrero a su vetusto estadio de Maipú, al que llevaban mudándose desde hacía fácilmente 30 años. El precario recinto, anunciaron, sería completamente remodelado para regalarle una nueva cancha a la capital; oficinas y cadetes del club se trasladarían con camas y petacas allá.
Lo que vino era obvio: los sueños de Trasandino y Ñublense se fueron a las pailas. En enero de 1962, la ACF por fin explicó que esos dos ascensos a dedo se definirían mediante la votación secreta de los 16 clubes de Primera División. Dato importante: 9 de ellos eran santiaguinos; por ende, alérgicos desde siempre a los largos traslados a provincia.
Tras el sufragio, los elegidos fueron La Serena (la mejor plaza de Segunda) y Magallanes (por su “rica historia, títulos y su nuevo estadio”).
Julio Martínez lamentó el polémico arreglín, que hasta hoy es catalogado en Los Andes como una puñalada trapera: “En la elección, como ya es costumbre, primó lo político por sobre lo deportivo. La mantención de un bloque de mayoría terminó por desplazar a otras plazas que en lo futbolístico y lo institucional reunían los requisitos requeridos… El trigésimo torneo contará con el mayor número de participantes que haya tenido jamás en su historia: dieciocho. Asunto delicado, porque a una ciudad ya saturada de clubes como Santiago se agrega ahora un décimo, Magallanes. Dos millones de habitantes tendrán que dar borderó a 10 equipos”.
Al cabo, Magallanes nunca hizo de local en Maipú ni trasladó su sede allá. Obrado su ascenso por la ventana, volvió a languidecer a Primera, a defender su cupo con uñas y dientes, a vivir de los recuerdos. “En 1962, los clubes profesionales deben representar algo actual. Una ciudad, un pueblo o una industria; una actividad docente, un clamor o una colonia. Infortunadamente, Magallanes no tiene hoy ninguno de esos respaldos y su camino se hace penoso”, lamentaba JM a fines de ese año mundialero.
Fotos: revista Estadio.