MALDITO ROCK AND ROLL

Neil Young, el rock and roll hecho porfía

Equipo Futuro |

Por Héctor Muñoz Tapia

A Neil Young vine a conocerlo gracias a Pearl Jam, y viendo MTV. Pasaban de archivo la ya legendaria presentación de los VMA’s de 1993, y un tipo mayor, que parecía el papá de los chiquillos rabiosos sobre el escenario, llevó todo a una catarsis con “Rockin’ In The Freeworld”. Mis ojos presenciaban libertad, entrega, pasión y desparpajo. ¿Quién es? Hasta el día de hoy, esa pregunta sigue sin respuesta.

Entender el camino musical de Neil Percival Young es un ejercicio de nunca terminar. Con más de cinco décadas de trayectoria, 36 discos de estudio y una cantidad de archivos eternos, su obra no está ni cerca de terminarse. Cambia de texturas sonoras como quien se cambia de ropa. Un día con la guitarra de palo y apelando a las raíces, al otro aporreando con todo su Old Black y después reflexivo con sencillos acordes al piano o delicados arreglos. No hay manera de que se quede tranquilo, ni con músicos de Nashville ni con los Crazy Horse. El solo de una nota en “Cinnamon Girl”. La épica de “Like A Hurricane”. El relato nunca repetido de “Cortez The Killer”. La epopeya trágica de “Powderfinger”. El clásico instantáneo que es “Heart Of Gold”. La reflexión madura teniendo 25 de “Old Man”. El romance de otoño de “Harvest Moon”. La furia de “Fuckin’ Up”. El groove temprano de “Down By The River”. Ejemplos hay para varios playlist de temáticas diferentes. Y sin cruzar canciones.

De los discos, es fácil destacar al menos 10. El primer encuentro de todos sus mundos con “After The Gold Rush”. La precisión y efectividad de “Harvest”. El desahogo de “Tonight’s The Night”. Lo cálido e introspectivo de “On The Beach”. La identidad definitiva de su relación con Crazy Horse en “Zuma”. La declaración de principios de “Rust Never Sleeps”. El olor a campo de “Harvest Moon”. La dulzura acústica de “Silver And Gold”. La armónica pasada por un aneurisma de “Pairie Wind”. Las bolas que tipos jóvenes no tuvieron para querer impugnar a un presidente con “Living With War”. A la hora de plantear su trabajo, Neil Young se mantiene en la vereda de la inquietud, sea cual sea el resultado. Salta al vacío con una entrega que ya casi nadie está teniendo para ninguna cosa en este mundo.

Su curiosidad es inspiradora. Y renacentista. Su afición por los trenes es casi infantil. Su devoción a la causa de los autos híbridos con su Lincoln Volt hace ver los excesos como algo necesario. Su mirada como realizador, siempre bajo el pseudónimo de Bernard Shakey, es arriesgada en el registro. Su porfía con la calidad del sonido podría ser un fastidio, pero te convence con algo concreto, con su propio reproductor digital (Pono) y con la noción de que es él quien tiene la razón.

Con Neil Young no hay terrenos seguros ni acotados, con la amenaza del abandono siempre latente, como lo saben algunos de sus más cercanos colaboradores.

El hombre debe ser de los pocos en este mundo que no se compromete. No cede. No da su brazo a torcer. La consigna “sponsored by nobody” la mantiene como un credo. No busca estar de moda y trata de mantener la frescura. De hacer relecturas a algunos de sus clásicos mientras le da vuelta frente a todos. De relacionarse con tipos más jóvenes, como Pearl Jam, Jack White y ahora Promise Of The Real, la banda con la que grabó su más reciente álbum, “The Monsanto Years”.

Al parecer, le queda cuerda. Y aquí estaremos, siguiendo sus pasos y manteniendo la esperanza de verlo algún día por estos lados. Felices 70, viejo y querido Neil Young.

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