“Si Linares entra a la División de Ascenso, ¡qué clásico va a ser cuando juegue con La Serena!”. Así comentaba la prensa un rumor que corría a fines de 1956: el fútbol chileno planeaba una nueva expansión al sur. ¿Y por qué ese partido sería un “clásico”? Nada más que por razones geográficas: los 800 kilómetros que separaban ambas ciudades suponían casi un día de viaje por carreteras deplorables.
Entonces, recordemos, la Asociación Central de Fútbol (ACF) elegía a dedo a sus nuevos miembros. Tímidamente, durante la década de los ‘50 se había ampliado el mapa de nuestros torneos, llegando a La Serena por el norte y Talca por el sur. Así, desde la creación del Ascenso en 1952, cada diciembre aparecían en las oficinas de Santiago las postulaciones de localidades que aspiraban a sumarse al profesionalismo.
Pero había un problema. Los capitalinos habían saboteado desde su inicio a la División de Ascenso -aún no se le llamaba Segunda División- y a lo largo del ‘56 hubo un nuevo intento por desarmarla. ¿Las razones? Una era obvia: era mucho más cómodo jugar buena parte del año en su casa y ahorrarse el agobio del fantasma del descenso. La otra, no tanto: desde siempre, el fútbol chileno padeció de una absurda alergia a la lluvia, a tal punto que los partidos se suspendían apenas caían dos gotas. Jugar en el sur suponía el riesgo de perder el viaje si lloviznaba a la hora del partido. Incluso medios serios, como revista Estadio, juzgaban imposible jugar en una cancha mojada.
El plan tramado por un “cónclave” de presidentes de clubes de Santiago era ascender de oficio a la UC y La Serena, que habían peleado todo el 1956 el primer puesto de ese torneo y anular el descenso del colista de Primera (que resultó ser Santiago Morning). La idea era luego desmantelar el Ascenso y blindar a los participantes de la elite.
“Sería terrible que, justo cuando el Ascenso ya ganó vida propia, se le vaya a dar una puñalada por la espalda; se arruinaría todo lo hecho, aunque haya sido a regañadientes y hasta a disgusto de los ‘papis’ de la División de Honor. El fútbol no es propiedad particular de los clubes de la serie privilegiada: es pueblo, masa, calor ciudadano. No puede ser considerado como exclusivo predio de unos pocos. La Asociación Central, que tuvo la visión de extender a las provincias los beneficios de su competencia anual, debe también tener el buen sentido de defender su obra”, editorializó Renato González (alias Pancho Alsina).
Al cabo, el boicot no prosperó. Definido el ascenso de la UC, en enero del ‘57 la ACF aceptó las postulaciones de Deportes San Fernando y Linares (cuyo club sería bautizado Lister Rossel): el de ese año sería el torneo más “extenso” de la historia de nuestro fútbol rentado (la Primera División se jugaba entre La Calera y Talca). De resultar el experimento, el plan era proseguir con la búsqueda de otras “buenas plazas” para el torneo de 1958.
Por desgracia, a Lister Rossel no le fue bien en su debut. Pese a lucir un juego armónico y al “fervor provinciano” reflejado en dignas asistencias como local, los linarenses pagaron caro el noviciado. Durante todo el torneo esquivaron la cola; en tierra derecha, Iberia y la UTE los alcanzaron. Y al cabo, por apenas un punto, en la fecha final se selló su regreso al amateurismo.
Así lo evaluó Estadio: “Lister Rossel se despidió el domingo. Deberá volver a su asociación de origen, de acuerdo a las bases del campeonato. Tal vez se trate de un hecho lógico: Linares, por estar excesivamente lejos de los principales centros del ascenso, por su clima lluvioso y el escaso interés que despertó en la zona, no alcanzó este año a justificar su presencia en el fútbol profesional”.
El límite sur del Ascenso quedó entonces en Curicó. Y así, casi por casualidad, el fracaso inicial de Lister Rossel terminó por abortar el ambicioso proyecto de la expansión al Bío Bío, que quizás hubiera cambiado para siempre el mapa del fútbol chileno. Eso ya lo veremos.
Fotos: revista Estadio.