El lazo que tiene Iron Maiden con Chile es enorme. Es curioso ver cómo su no venida de 1992 derivó en la construcción de un vínculo estrecho con los troopers del país, que han respondido en cada una de las ya 8 visitas de la doncella de hierro por estos lados. Y para su tercer Estadio Nacional, con un riesgo nada menor como el de presentar material nuevo. Y bastante, con apenas el comienzo de la gira de “The Book Of Souls”.
Tanto en los alrededores del recinto de Ñuñoa como en la previa que hicimos en la radio del rock estrenando streaming de Futuro TV, los ánimos ya estaban listos desde temprano para esta nueva cita con Iron Maiden. Claro que antes venían un par de números de apertura. Primero, The Raven Age, una banda que recién comienza y que cuenta en sus filas al hijo de Steve Harris, George. Y después, un breve e intenso set de Anthrax, uno de los 4 grandes del thrash metal gringo, con nuevo disco bajo el brazo, “For All Kings”, dejándonos con ganas de ver otro show de ellos más largo y solos, como ellos mismos prometieron al cierre de la previa al plato fuerte de la jornada.
Con 55 mil personas en el Estadio Nacional, la tercera cita de la doncella de hierro arranco a las 21:15 precedida de “Doctor Doctor” de UFO, toda una tradición, como ya lo está siendo el ver a varias generaciones en el público. Las luces se apagan y el recinto se inunda de “The Book Of Souls” y una banda que no mira al pasado, que para esta ocasión ya no regala revisitas a su legado, sino que mira hacia adelante. De inmediato, y con “If Eternity Should Fail” y “Speed Of Light” nos muestra al Maiden 2016 que queríamos ver. La batería sólida de Nicko McBrain, el tridente de guitarras de Adrian Smith, Dave Murray y Janick Gers, el bajo galopante y ametrallador del jefe Steve Harris y la estampa intacta de Bruce Dickinon. Ahí lo teníamos, con una energía a toda prueba a poco más de un año de recuperarse de un cáncer a la garganta que nos hizo temer lo peor comenzando el 2015. “Shit happens” diría el mismo cantante más adelante, no sin antes recordarnos al mejor Maiden con el clásico “Children Of The Danmed” de 1982, y una voz impecable, como siempre lo hemos escuchado acá.
La escenografía inspirada en la cultura maya de “The Book Of Souls” inunda cada rincón del escenario y una vibra especial para la propuesta que nos planeta este Iron Maiden más maduro, con toques de ritual y habilidades instrumentales elevadas para mantener el ímpetu en tracks largos como “Tears Of A Clown” (dedicada al fallecido Robin Williams) y “The Red And The Black” justo antes de otra que el estadio completo coreó, “The Trooper”, incombustible y eterna, con la costumbre de un Dickinson ataviado de Gran Bretaña y la bandera, el imperdible número que lo tiene corriendo de un extremo a otro, seguida de otro clásico de la talla de “Powerslave”.
“Death Or Glory” dio paso a uno de los puntos altos del show con “The Book Of Souls” y el sacrificio de Eddie en manos de Bruce Dickinson. Iron Maiden es una banda de sobrevivientes en medio de un período en que vemos partir, detenerse y apagarse a los grandes faros de la historia del rock. El montaje teatral para presentar estas canciones nuevas nos da cuenta de esta conciencia de veteranos que siguen dándolo todo sobre el escenario, y que retoma los clásicos para dar un remate de lujo a un show que se ha hecho corto. “Hallowed Be Thy Name” y “Fear Of The Dark” crecen junto al coro de los troopers chilenos en el Estadio Nacional, y “Iron Maiden” sella un set glorioso, con la presencia de la cabeza de Eddie en tamaño gigante al fondo del escenario, observándolo todo.
Pero esto no se acaba ahí. Rápidamente, la voz recitada de Barry Clayton nos devuelve a ese Maiden clásico de “The Number Of The Beast”, una con la que todos nos criamos, todos la conocemos y todos la tenemos en nuestro sistema. Todos somos Iron Maiden, sin importar nuestro lugar de origen, y Dickinson lo deja en claro antes de otro himno magistral como “Blood Brothers”. Los que colman el recinto de Ñuñoa son “hermanos de sangre”, como en todas las ocasiones anteriores. Pero la cita debe terminar y lo hace en un punto alto con “Wasted Years” y el gusto a poco de un set de casi dos horas que con “Always Look On The Bright Side Of Life” de Monty Python nos indicaba que no había más, como ya es tradición.
Ahí quedó sellada la octava visita de Iron Maiden a Chile. Una cita más dentro de una relación que sobrepasa cualquier barrera. No es solo amistad ni afinidad, es hermandad. Iron Maiden ya es una familia acá en Chile y eso se celebra mientras estemos vivos. Como lo hacen ellos cada vez que los vemos sobre un escenario. Una reunión familiar, en su casa.