En enero de 1965, Green Cross pescó sus pilchas, un par de trofeos y se mudó 700 kilómetros al sur.
Antonino Vera le rindió un homenaje póstumo al viejo campeón del ‘45: “La simpática entidad de la cruz verde arrió sus pendones. La ahogaron las exigencias de la época. Green Cross no podía subsistir con su pasado, con el entusiasmo fervoroso de sus viejos tercios, que cada vez iban siendo menos. El fútbol profesional no funciona hoy en día con amor, con tradición ni con historia. Está hecho de socios, de público, de recaudaciones. Green Cross no los tenía. El nombre lleno de lustre iba siendo lo último de su patrimonio. Y quienes sostenían aún el vacilante edificio no querían que desapareciera. Su blanca bandera seguirá flameando mecida por los vientos sureños, izada por otras manos”.
La capital de La Frontera sería la nueva casa de la Cruz de Malta. Dos años antes, la joven ciudad había entrado al fútbol profesional de la mano del Deportes Temuco original. Fin de semana por medio, el chuñusco estadio del Liceo de Hombres acogía a multitudes para ver a un equipo que no funcaba del todo. Era una “plaza de primera” sin un equipo capaz de ascender. Casi por la ventana, la fusión le dio un cupo en la élite a un plantel al mando del DT argentino Miguel Mocciola, quien como pudo mezcló a viejos cracks del Green, jóvenes valores temuquenses y un par de incrustaciones.
¿Y el estadio? Un año antes, el alcalde Germán Becker se había comprometido a construir un “coliseo monumental” para 30.000 espectadores. Como pocas veces en nuestra historia, este sueño faraónico se cumplió a cabalidad y en los plazos establecidos. Para ello colaboró la ciudad entera: las damas del Club de Jardines de Temuco amononaron los prados exteriores, empleados municipales ayudaron en el pintado e incluso reos de la cárcel local trabajaron en jornadas de 8 horas para armar la obra gruesa.
Así describía Julio Martínez al flamante recinto: “Una obra completa con ocho mil butacas bajo marquesina -que no tiene el Estadio Nacional-, con jardines y puertas al estilo de los grandes coliseos, camarines subterráneos y ocho casetas de transmisión, pasto adecuado, torre de marcador y una sólida base de cemento para la estructura total del inmenso óvalo. Y además, 1.500 metros de tubería bajo el césped, en el mejor sistema de drenaje de nuestro país. Amplio, moderno, magnífico, el campo temuquense fue construido en un año y con menos de 500 millones de pesos. Es el orgullo de la provincia y voz aleccionadora para el resto del país”.
A fines de marzo, un cuadrangular que disputaron Colo Colo, las universidades y el nuevo Green Cross de Temuco coronó la inauguración, que coincidió con el 84° aniversario de la fundación de la ciudad. Al cabo, tres jornadas dobles convocaron a 90.000 personas en total. La mansa fiesta terminó con Becker dando la vuelta olímpica entre vítores y pañuelos. “Prometí construir un estadio monumental y éste es mi regalo de cumpleaños”, gritó desde el centro de la cancha. Si alguien se pregunta por qué hoy el estadio lleva de Temuco su nombre, acá está la respuesta.
El cuadro fusionado debutaría en Primera un par de meses después, logrando un meritorio empate ante la UC en el Nacional. Al popular “indio pije” le costó adaptarse: cumplió una primera rueda desastrosa, pero como local igual promedió asistencias de 12 mil espectadores. En la segunda rueda, cuando amainaron las lluvias y por fin el plantel pudo entrenar al aire libre, comenzó a ganar y se convirtió por fin en el equipo sensación que todos esperaban. Y desde entonces, Temuco es una plaza de lujo para el fútbol.
Fotos: revista Estadio.