Inescrupulosos… es una manera suave, muy docta, es cierto, de nombrar a los energúmenos que ya son habituales en las manifestaciones legítimas de descontento. Bestias que, encapuchadas, creen que en la violencia está la respuesta, que en la barbarie está la salida. Pero es la violencia la que debilita argumentos que pueden ser legítimos y le abren la llave a otro tipo de inescrupulosos: los populistas de siempre.
Amparados por hechos evidentemente reprochables, surgen los que se aprovechan de un sentimiento masivo de justicia ante la horrible muerte de un inocente para ganar cámaras y adeptos. Como hienas de la oportunidad, estos políticos no dudan en pedir endurecimiento de penas o solicitan coartar libertades con la sola intención de ganar el aplauso fácil. El populismo se alimenta de la ocasión, pero también de la irresponsabilidad y del fragor de la rabia y el miedo. El populismo se parece en eso al encapuchado, ataca desde la oscuridad de la máscara que parece justiciera pero que, en verdad, esconde la mayor oscuridad de la política mediocre e inescrupulosa…