PUNTERO FANTASMA

Contramufa: la primera final Chile-Argentina

Felipe Pumarino |

El Sudamericano de 1955 se jugó -para variar- íntegramente en el Estadio Nacional. A lo largo de marzo, esas 10 reuniones simples y dobles sirvieron para comprobar que el recinto se había quedado chico.

Juzgado durante una década como el estadio más moderno de Sudamérica, el Nacional acogía cómodamente sentados a unos 48.000 espectadores; si se apretaban en los tablones, cabían fácilmente 60.000; unos encima de otros, podían entrar 75.000 o incluso más. Eso pasaba seguido en las definiciones del torneo local y fue la constante durante el XXIII campeonato continental de selecciones. En cada partido de Chile miles de hinchas quedaban fuera, masticando frustración y rabia.

Tal como había sucedido una década antes, el Sudamericano fue una fiesta popular. Ausente Brasil, chilenos y argentinos fueron despachando con solidez a sus rivales para llegar a la última fecha empatados a 7 puntos, aunque a los trasandinos -beneficiados por el “goal average”- les bastaba el empate para coronarse.

El destino quería que ese 30 de marzo de 1955 ambas escuadras se enfrentaran entre sí. Todo Chile quería ser testigo de una hazaña, pero el Nacional no daba abasto.

Alejandro Jaramillo, director de revista Estadio, resumió el clamor popular: “Aquel elefante blanco, que parecía obra desproporcionada para la modestia de nuestro deporte, resulta ahora pequeño. Así como el deporte nacional siente la necesidad imperiosa de un estadio cubierto, exige ahora la ampliación del coloso de Ñuñoa. La población de la capital ha crecido; las recaudaciones millonarias indican que existe una fuerza potente que sería conveniente encauzar. La abundancia de público exige mayores comodidades y esta misma abundancia representa dinero”.

A su juicio, más que irle a suplicar al Estado, el fútbol debía organizarse para “agrandar su casa propia”. ¿Cómo? Reservando un porcentaje de las recaudaciones del torneo local para hacer caja y completar el plan original del estadio, trunco desde 1938. La idea no era mala -y se concretaría para el Mundial del ‘62- pero para esa “final” sudamericana no hubo nada que hacer.

La historia es archiconocida: durante la noche previa, miles de fanáticos acamparon afuera del estadio para comprar sus entradas, que sólo se venderían ese miércoles en la mañana en las mismas puertas de acceso; ya a mediodía una multitud tenía sus tickets en mano, pero las rejas no abrían nunca. Tipo 6 de la tarde cundió la histeria y el descontrol, varias rejas cayeron derribadas y el tumulto devino en caos. Al cabo, un par de avalanchas humanas fuera y dentro del coliseo terminaron con 7 muertos y más de 500 heridos.

Así, un día que pudo ser glorioso acabó con la peor tragedia ocurrida nunca en nuestras canchas. Y para coronar una jornada de porquería, el partido se jugó igual: esa noche la Roja de Luis Tirado no jugó a nada y Argentina, con un gol sobre el final, se llevó la corona al otro lado de la cordillera.

Fotos: revista Estadio.

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