Corre noviembre de 1959. En el verde césped del Estadio Nacional, por primera vez un club ariqueño disputa un partido de fútbol oficial. Su rival es Colo Colo, ni más ni menos. La rústica selección nortina vuelve a casa con un saco de goles: casi sin transpirar, el primer equipo de los albos vence por 6 a 0.
¿El contexto? La primera fase de una Copa Chile que, instaurada el año previo, ya cumple su 2ª edición. Ha comenzado una semana después del fin del campeonato oficial -que acaba de coronar a la U- y concluirá antes de Año Nuevo. El entorno no cambia: en Santiago se suele jugar en familia; en provincias, convoca multitudes.
Bien intencionado, el torneo reúne a 32 equipos: los 14 participantes de Primera División, 10 de Segunda (se excluye a Iberia y Alianza de Curicó, colistas del Ascenso), 2 representantes del regional penquista (otra vez Naval y el Vial) y 6 selecciones provincianas designadas por la ANFA.
En este último grupo entra Arica. Tras el partido, Julio Martínez pone el foco en un dato relevante: a lo largo de los 90 minutos, los jugadores nortinos nunca ha logrado hacer pie. Tropiezan solos, son incapaces de controlar el balón, pasan de largo, se resbalan. ¿La razón? Simple: ha sido el primer partido de sus vidas en una cancha de pasto. Según dicen, es casi como practicar otro deporte.
Y no son bichos raros. A fines de los ‘50, prácticamente no hay estadios empastados en Chile. El Coloso de Ñuñoa es el único con un terreno decente; cada año en Santa Laura e Independencia se siembra pastito, pero ya en septiembre se han convertido en potreros. En provincias, con suerte los estadios Viña y Rancagua cuentan con algo parecido a césped. En el resto de Chile se juega en campos minados de tierra, barro, champas de maleza, arena y piedras.
Hoy cuesta imaginarlo, pero hace 60 años el pasto -recurso elemental del fútbol- es una rareza. De hecho, en el partido de vuelta de esa copa, los colocolinos sufren los rigores del pedregal ariqueño. Sin apelaciones, caen derrotados por 2 a 0 y Arica vive un minicarnaval.
“Así como para los ariqueños fue un problema afirmarse en el césped del Nacional, para los albos fue otro tanto manejar la pelota, hacer pie en el terreno de tierra de la cancha nortina. Con pleno conocimiento de su campo y de su ambiente, sin la responsabilidad de la clasificación, los ariqueños hicieron la gracia”, comenta Antonino Vera.
Para la revista Estadio, la consolidación de la copa servirá para nivelar fuerzas, divulgar las tácticas del balompié moderno y avanzar en la construcción de infraestructura deportiva en provincias. “La Copa Chile es una siembra maravillosa y alguna vez podremos cosechar sus frutos”, proclama Pancho Alsina. Y así, recién tras el cambio de década -con el salto cuántico que supondrá la organización del Mundial- en provincias se comienza a construir estadios decentes (y por fin aparecen los empastadores).
Fotos: revista Estadio.