La imagen del clásico… no fueron los tres goles que la Católica le endosó a la U, sino esa patada absurda y llena de impotencia ante la ineptitud que el entrenador azul le dio a un refrigerador ubicado a un costado de la cancha. Lo de Beccacece –porque así parece que se pronuncia su apellido- ya está en el limbo de lo patético. Un sujeto que asume un rol que –se ve- le queda gigante, un rol donde se ha visto incapaz de hacer jugar a un plantel que le construyeron como si fuera el hijo único de la dirigencia pero que cae en lagunas y en pichangas de barrio.
La patada de Beccacece, que le podría costar una demanda por ley de seguridad de los estadios, es prima hermana de la descalificación y el insulto sobre el argumento. Es el grito desesperado del que se quedó sin palabras, sin lenguaje, sin verbos capaces de hilvanar una conversación coherente que demuestre que no se es un ignorante, un aparecido o un arrogante que no se da cuenta de sus propias limitaciones…