Simple: por culpa del fútbol. Y también de la política.
Mirado con los ojos de hoy, el fenómeno de los clásicos universitarios asoma casi como extravagante. Durante más de 30 años, el Estadio Nacional fue escenario de multitudinarios megaeventos con la excusa de la pelotita: el match entre Universidad Católica y Universidad de Chile era un agregado del show que los estudiantes montaban en la cancha y las tribunas.
Estos espectáculos nacen a finales de la década del ‘30 con la llegada de los clubes de ambos planteles al profesionalismo. Pocos años pasarían antes de que se convirtieran en nuestro particular carnaval bianual. Su nacimiento, gloria y agonía está muy bien contado en este estudio de 1981.
En general, la cosa funcionaba así: obviamente, cada año se disputaban dos clásicos; uno era diurno y se jugaba un sábado o domingo; el otro, nocturno, a mitad de semana. En ambos casos, todo el campeonato paraba para que nadie le robara protagonismo al montaje que lideraban alumnos de ambas universidades y que luego comenzó a ser encargado a montajistas profesionales.
A lo largo de 4 o 5 horas de espectáculo cabía de todo: encendidos discursos patrióticos, gigantescas representaciones teatrales y/o corales, mil guitarristas tocando sobre el césped, desfiles de carros alegóricos, muestras de trajes típicos de todo Chile, elecciones de reinas y reyes feos, farsas y “copuchas” políticas que se reían de la contingencia, ingenuos cantos contra los rivales (con partituras que se repartían al público), pirotecnia al por mayor, marionetas parlantes y un cuantuay.
El promedio de asistencia a cada clásico era de 75.000 personas. Y el fútbol era el arroz graneado. Durante un buen tiempo, eso no importó mucho: a fines de los años ‘50, entre la U y la UC apenas sumaban tres títulos de Primera División; eran clubes que caían simpáticos, pero rara vez peleaban algo importante. Lo atractivo era la fiestoca.
La cosa cambió en la década que vino, gloriosa para dos entidades que de un zuácate se instalaron junto a Colo Colo en el podio de los clubes más populares de Chile. Los matchs entre ambos comenzaron a definir campeonatos; de a poco, el medio comenzó a notar que las comparsas estudiantiles estaban empezando a incomodar a los jugadores y al normal desarrollo del torneo. Con el correr de los años, el carnaval se hizo cada vez más esporádico.
El último clásico universitario estudiantil de verdad se realizó en 1972. Un año después, el horno ya no estaba para bollos, desfiles ni cocoliches riéndose de la política. Así una verdadera rareza chilena, única en el universo pelotero mundial, empezó a desaparecer del mapa. Hubo intentos de revivirla en los años posteriores, pero la cosa no funcaba: casi sin que nadie se diera cuenta, esta masiva “celebración de la juventud” se murió para siempre.
Fotos: revista Gol y Gol.