Enero de 1950. La Asociación Central de Fútbol (ACF) desempolva ese reglamento de torneos que nunca aplica para decretar el descenso del pobre Bádminton. El colista del ‘49 será reemplazado en Primera por el Unión Ferroviarios, tricampeón de la División de Honor Amateur (DIVHA).
La tentación es grande: el club “carrilano” ofrece el solvente respaldo de EFE y un padrón con miles de socios al día reclutados en los sindicatos ferroviarios, con descuento de cuotas por planilla. Además, promete remodelar su canchita de San Eugenio -populoso barrio donde también suma hinchas- para regalarle al fútbol capitalino un nuevo estadio para más de 20.000 espectadores. Negocio redondo, en suma.
Espantada, la dirigencia badmintina busca frenéticamente eludir este choque de trenes: bajar a la DIVHA -ya le pasó al vetusto Santiago National– supone una rápida agonía. Por desgracia, en su caída libre el “Rodillo” ya ha recurrido en años previos a todos los resquicios reglamentarios para escabullir el descenso; ni el medio ni los otros clubes de Primera ahora le prestan ropa.
Comienzan entonces las conversaciones de pasillo. En una de ellas, se encuentran cara a cara los representantes del Bádminton y Ferro. Y así -sin que nadie lo explique nunca muy bien- asoma la idea de la fusión, que se concreta el 23 de febrero para dar origen a un club que durante 20 años paseará por Chile su nombre estrafalario.
A juicio de revista Estadio, Ferrobádminton más parece la marca de un remedio para los huesos que un apelativo pelotero. Sin embargo, anticipa que la fusión podría ser “un excelente tónico” para el desarraigado fútbol chileno.
“Badminton valía por su tradición; Ferroviario, por su fuerza en potencia. Pero uno estaba condenado a desaparecer por la cascadura de sus bases; el otro, a asfixiarse en un marco que le era muy estrecho. Separadamente, ninguna de las dos instituciones significaba un aporte vital para el fútbol. Eran una tradición que se perdía y un futuro que se desperdiciaba lastimosamente. La fusión de Ferroviario y Bádminton lo salva todo (…) En Chile no se han logrado formar clubes como los de Argentina, con sólida base social o barrial. Los destinados a subsistir y crecer son aquellos que respondan a instituciones establecidas que no viven únicamente del fútbol. Ferro-Bádminton es ahora uno de ellos”, augura.
Las dos entidades se reparten los cargos directivos; el plantel del nuevo club se arma con los mejores jugadores de ambos cuadros y algunos descartes de equipos más grandes. ¿El uniforme? Camiseta amarilla cruzada por dos franjas negras a la altura del pecho. “Es tan fea que causa dolor de ojos”, comenta JM.
El debut oficial de los fusionados es auspicioso: vencen 6 a 3 a Green Cross en Santa Laura; durante el torneo de 1950 se las arreglan para cimentar la fama de “matagigantes” que los acompañará durante años.
Al cabo, Ferrobádminton termina en el 7° puesto: gran logro para una entidad armada a la rápida, pegoteada con engrudo y donde algo no funca del todo. En la galería, los viejos hinchas badmintinos se niegan a sentarse junto a sus nuevos socios ferroviarios. “Y esa división que se advierte en las tribunas está reflejada en cierta manera en el equipo mismo. Hay una parte que juega con sentido profesional y otra que es todavía muy amateur”, advierte Estadio. Ese sordo desdén entre dos hinchadas tan distintas obligadas a viajar en el mismo vagón acompañaría al club aurinegro hasta su desaparición.
Fotos: revista Estadio.