Por Javier Sandoval
Es cosa de días para decirle adiós a un 2016 que los nacionales Lefutray difícilmente podrán olvidar. Cómo hacerlo -se preguntarán- o cómo imaginar el presente de la banda thrash-groove compuesta por Cristian Olivares, Juan Vejar, Yonattan Muñoz y Julio Yáñez sin el soñado comienzo de año que tuvieron debido a la vitrina entregada por el diario estadounidense Wall Street Journal, nominación a los premios Pulsar y, especialmente, gracias a la fortaleza, más conocida como “cuero de chancho”, que les propinó su primer tour por Europa entre julio y finales de agosto.
Una gira que tuvo más de 30 fechas, en donde vieron (y vivieron) ambos lados de la moneda. Desde el sentir cariño y un apoyo revitalizador de gente con quienes no tenían ni un idioma en común, hasta el hecho de sentir hambre, sed, ira y un calor que deja por el suelo al que nosotros sentimos en este sofocante diciembre. Sin embargo, es gracias a los diferentes polos que uno puede sacar aprendizajes, y es debido a dichas experiencias ganadas que llegan las conclusiones, las que en este caso, lejos de llevar un punto final, tienen un suspenso que deja abierta posibilidad de crecer como músicos y sobre todo como grupo.
El juramento
Era octubre de 2015 cuando los integrantes de Lefutray se encontraban en la tienda de merchandising metalero Sick Bangers, ubicada en Providencia. Era un ambiente grato, ya que estaban regalando afiches, tomándose fotos y entregando su último disco, Oath, a todos quienes lo habían reservado con anticipación. Todo fluía de manera natural, sin ninguna novedad que alterara dicho ritmo, pero no fue hasta que llegó Felipe Ferrada (dueño de la agencia Ferroda Booking) para marcar un punto de quiebre en el día de los músicos.
“Cabros”, dijo Ferrada, “está la opción para salir de gira por Europa; sería a mediados del próximo año…”.
Era una oportunidad difícil de rechazar por parte de Lefutray. El promocionar su disco más reciente ante el público del viejo continente, incluida la lejana Rusia, era algo soñado, más si se toma en cuenta que hace pocas semanas se habían enterado que, por problemas de fuerza mayor, no iban a poder realizar un tour por Estados Unidos para noviembre de 2015, el que ya estaba bastante trabajado.
Ahora todas sus energías iban a estar enfocadas en Europa, continente del que ya habían escuchado historias por parte de sus amigos de Nuclear y de las experiencias que éstos últimos tuvieron, especialmente en Rusia. Ahora, claro, la diferencia radicaba en que Nuclear giró por 8 ciudades rusas, muy distante a los 18 que Lefutray tenía agendado. Por lo mismo, el apoyo de Felipe Ferrada fue muy importante para el conjunto. “Felipe, nuestro tour manager, nos aconsejó desde el primer minuto, dado que él tenía experiencia a la hora de girar. Nos preparó bien mentalmente, especialmente sobre las posibles complicaciones que podríamos sufrir en la gira”, dijo Cristian Olivares, guitarrista de Lefutray.
El 15 de julio, Lefutray se presentó por primera vez en Berlín ante un masivo y enérgico público en la, según ellos, casa okupa más organizada de la historia: diversos talleres de cine o bicicleta, seguridad interna, y horarios definidos y respetados para comer y beber daban muestra de aquello. Los nacionales no tienen fotos del lugar, ya que cuando Olivares intentó tomar una, en menos de un segundo un punky casi tan alto como su corte mohicano le tomó el hombro por la espalda y le dijo gentilmente en un forzado español “no foto, no problema”, apuntando a un enorme mural que pedía no tomar fotografías al interior del hogar para mantener la privacidad.
También hay que destacar la presentación de los santiaguinos en el festival alemán Riedfest, en el que no sólo se dieron el lujo compartir escenario y puesto de ventas junto a los emblemáticos Master, sino que además de recibir las felicitaciones directas por parte del productor del evento; le gustaron tanto que decidió pagarles más de lo que habían acordado con anterioridad. A esa suma monetaria hay que añadirle la adquirida por la alta venta de merchandising, ya que para los metaleros europeos tener una polera de un grupo que viajó desde el fin del mundo les otorga cierto prestigio ante sus pares.
Otro grato recuerdo nació en el Chemnitz, Alemania, más precisamente en un pub llamado Subway to Peter. A diferencia de la mayoría de sus shows antecesores, acá no fueron muchos asistentes al evento, mas cantidad no significó calidad, dado que al término del espectáculo sucedió algo simple, pero que ninguno de los integrantes de Lefutray ha visto ni siquiera en nuestro país: la mayoría del público, incluyendo al dueño del local, ayudaron a la banda a cargar sus equipos de vuelta a la van mientras les metían conversa a los músicos. Quizás el inglés de los teutones resultó algo tosco, pero aquellas felicitaciones y compañía dada fue la envión anímica que Lefutray necesitaba para continuar al territorio más duro de la gira: Rusia.
“En Rusia, partimos mal desde el primer show”
Quizás lo primero que uno piensa al escuchar “Rusia” sea en su famoso invierno y todo el frío que éste conlleva. Sin embargo la historia del tour de Lefutray por las tierras rusas tiene cabida en su sofocante verano de 40 grados Celsius por lo bajo. Es harto, ¿cierto? Ahora imaginen soportar esas altas temperaturas encerrados en una camioneta donde caben justos (y no del todo cómodos) los músicos y que pasa mucho más de la mitad del día viajando de un punto del país a otro.
“En Rusia, partimos mal desde el primer show jaja”, comenta con humor Julio Yáñez, bajista, al recordar las 2 horas de retraso con que llegaron a su primera presentación por culpa del lío entre lo que decía Google Maps y lo que presentaban realmente las carreteras rusas. Finalmente, cuando llegaron a dicho evento, el guitarrista de la banda que tocaba antes de ellos les comentó que tuvieron que rellenar repitiendo varios temas de su setlist.
No fueron días tranquilos. Las casi cuatro semanas que Lefutray estuvo en Rusia fueron duras, con un sacrificio humano tremendo. Pero tal como dice el refrán, “lo que no te mata te hace más fuerte”, los nacionales aprendieron, a costa de caídas, lecciones de fortaleza y compañerismo que fueron desde problemas con equipos (Yonattan Muñoz, baterista, estaba acostumbrado a tocar con seis atriles, pero en muchos locales sólo encontró dos o tres) hasta roces entre los músicos.
Para entender los encontrones hay que analizar el contexto de que los chilenos no estaban con la mejor de las energías. Dormían mal, no comían tranquila ni saludablemente y poco a poco perdían su espacio personal. Por ejemplo, después de un show junto a tres bandas de la región y de viajar más de 16 horas por las agrietadas carreteras rusas, los integrantes de Lefutray llegaron a un -por decirlo menos- “humilde” hostal donde sólo había un sofá-cama para descansar, el que tuvieron que compartir con los otros conjuntos.
Aquellos factores iba prendiendo más las mechas de cada uno de los nacionales, tanto que eran capaces de explotar por el simple hecho de que uno transportara menos instrumentos musicales al escenario o porque uno llegara a botar, sin querer, una prenda de vestir del otro en los hostales. Sin embargo, una vez con la cabeza fría, ellos lo recuerdan sólo como “calenturas de partido”, donde a veces eran necesarios un par improperios para desahogarse, pero siempre manteniendo un mínimo de respeto, ya que sabían que pese a todo continúan siendo un equipo.
Pero en Rusia también hubo momentos gratos como el vivido en Novomoskovsk, donde tocaron en un club de motoqueros en el que, tal como si fuesen Iron Maiden, los músicos de Lefutray tuvieron guardaespaldas personales, unos motoqueros que cuidaron a cada uno de los integrantes de la banda hasta llevarlos al local, uno bastante similar al Arena Recoleta chileno, el cual estaba repleta por un público familiar que gritaba con euforia desde el momento en que probaron sonido hasta que Juan Vejar -vocalista- dejó de cantar para despedirse de aquel fantástico ambiente.
Levantándose en pleno campo de batalla
“¿Y por qué vinieron acá? Hace más de 20 años que no llega una banda a tocar, y menos de Latinoamérica” – asistente a una tocata en Kerch, Crimea.
Entre el 9 y 11 de agosto, en pleno recorrido musical por Rusia, los dardos de Lefutray tomaron un breve desvío apuntando a Crimea como su nuevo destino. Fueron tres fechas que los músicos recuerdan con simpatía, pese al difícil acceso que tuvieron a la región. Debido a los conflictos limítrofes que constantemente sufre dicha península, apenas los nacionales pisaron la frontera, los policías los revisaran por completo, llegando incluso a descargar al menos tres veces la van en donde llevaban sus instrumentos. En total, fueron 4 horas las que tuvieron que esperar para entrar a Crimea, y, como remate, el hotel en que alojaron dicho día solamente tenía agua potable una hora al día… y recuerden, con 40 grados de calor.
El primer show que los santiaguinos dieron en esta parte del tour fue en la ciudad portuaria de Kerch en una casa okupa bastante diferente a la organizada casona donde iniciaron su gira europea, principalmente por la nula seguridad que ésta presentaba. Dentro del hogar, el público estaba vuelto loco. No les importaba que el recital fuera un lunes a las 11 de la noche, ellos llenaron el patio donde se efectuaría la tocata. Los músicos recuerdan dos sucesos curiosos: uno fue que los crimeos les ofrecieron de todo antes del show, desde drogas hasta incluso prostitutas. Finalmente, y como dato freak, un asistente al evento les mostró un simpático tatuaje a algunos integrantes de Lefutray: el rostro de Arturo Vidal.
En Sevastopol, ciudad de la segunda parada de los chilenos por Crimea, los miembros de Lefutray, incluyendo al manager, Felipe Ferrada, pasaron una de las peores noches de toda la gira, sino la peor. Tras un discreto show debido al poco público, los nacionales fueron a dormir a la casa de uno de los organizadores de la tocata en el que, para su negativa sorpresa, había sólo dos colchones disponibles y una tonelada de ácaros que picaron hasta más no poder a los músicos.
Luego de viajar con un intenso calor y llegar a la localidad de Yevpatoriya, el dueño del bar en donde el grupo tocaría se convirtió en una especie de ángel celestial, o al menos así lo vieron Cristian Olivares, Juan Vejar, Julio Yáñez y Yonattan Muñoz, ya que al invitarlos a su casa les mostró una amplia piscina a la que no dudaron en tirarse. Sin embargo, la alegría le duró poco a Muñoz, ya que una vez en el escenario notó que su batería estaría ubicada dentro de una especie de pecera cerrada, la que hizo que el nacional sudara hasta la última gota de su cuerpo.
Pero una historia de lucha y esfuerzo no podría terminar con un lamento, sino que con un placer. Una vez terminado ese cansador show, el dueño del bar invitó nuevamente a Lefutray a su casa para que se bañaran en su piscina, la cual fue atacada de manera inmediata por cuatro músicos que, tras darse el chapuzón de sus vidas, pensaron en cuánto vivieron, rieron, sufrieron y especialmente aprendieron en aquel casi mes y medio fuera de Chile. Desde conocer mejor sus temperamentos hasta saber que con hambre y sueño igual pueden reventar un escenario desconocido. Experiencias que sólo a punta de “coscachos”, Lefutray pudo adquirir en el, sin duda, viaje de sus vidas.