A comienzos de los años ’30, Santiago lucía una infraestructura deportiva bien pobre. De partida, no existía ningún recinto fiscal (estatal o municipal) consagrado a la práctica de los sports. Todos los estadios erigidos desde comienzos de siglo respondían a iniciativas privadas.
En esa época, cabe aclarar, el nombre “estadio” daba para todo: merecían ese apelativo gimnasios al aire libre, multicanchas de tierra y polvorientas pistas de carrera. Había un Estadio Nacional que en verdad era un ring de box circundado por inestables tablones; el estadio Los Leones (cerca de la actual plaza La Alcaldesa) era una suerte de club de campo con instalaciones para el atletismo.
¿Dónde se jugaba a la pelota, entonces? Por lejos, los estadios más importantes eran el Santa Laura de la Unión Deportiva Española (UDE, nombre que el club mantendría hasta fines de esa década) y los Campos de Sports de Ñuñoa (de propiedad de la UC, en la foto de abajo). El estadio del Audax en Independencia literalmente se vino abajo en 1932 y Magallanes había comenzado a soñar con la casa propia en El Llano, proyecto que chutearía por décadas.
También estaban recintos castrenses: el Estadio Militar en Rondizzoni (vetusta infraestructura que pervive hasta hoy) y el Estadio de Carabineros asentado en medio de las vías del tren a Valparaíso y el Mapocho. E incluso había estadios de empresas, como el de la tienda Gath & Chaves, ubicado en lo que hoy es la esquina surponiente de Los Leones con Lota (que se puede ver en la foto que abre esta nota, acogiendo en 1923 a un partido entre la UDE y Santiago FC).
Cuando el profesionalismo se sinceró, eso era lo que había. A esas alturas el fútbol se había convertido en un negocio tan masivo que las modestas canchas de la capital no daban abasto. Entonces reflotó el clamor popular para que el Fisco se hiciera cargo de erigir un Estadio Nacional como la gente. Se daba la paradoja de que Valparaíso tenía un bonito coliseo, mientras en Santiago casi todos los estadios privados se caían a pedazos.
“Hay que hacerle empeño al Estadio Nacional”, proclamaba la revista Don Severo en 1933, que acusaba a la dirigencia deportiva de “flojera manifiesta” por no exigirle al gobierno la concreción de este sueño polideportivo. “Una vez elegidos, se entregan tranquilamente a sus labores de oficina. ¡Nada que complique la vida! Y el estadio es una necesidad imperiosa. Pueblos hay que han dado el ejemplo y tienen grandes estadios. Valparaíso, que siendo una ciudad grande no es la capital, obtuvo por fin un maravilloso campo de deportes en Playa Ancha. En Santiago nos batimos con las canchas particulares, que en su mayoría son de clubes extranjeros. Deben unirse las entidades que dirigen las diversas ramas del deporte y acordar una acción conjunta y enérgica en pro de la satisfacción de esta necesidad. Aún hay terrenos cercanos a Santiago donde puede adquirirse con poco dinero la cantidad de metros necesarios para el Estadio Nacional”.
Como sabemos, estos reclamos fueron atendidos. Y así la construcción de estadios se convirtió en un “asunto de obras públicas” con cargo a los contribuyentes, mientras la enorme mayoría de los clubes chilenos se dieron por satisfechos usufructuando infraestructura ajena.
Foto: Memoria Chilena.