En su edición de septiembre del año pasado, la revista norteamericana Decibel dedicó su portada a Brujería. Más bien a su líder Juan Brujo armado con su machete y un título acorde a los tiempos que corren: ¡Building Walls of Death!.
Fue una nota de siete páginas acompañada de una producción fotográfica en que destacaba la cabeza recién cortada de alguien muy parecido a Donald Trump. Hubo presupuesto, sin duda, porque el látex hizo que las imágenes tuvieran un efecto perturbador, tanto como la que ilustra la carátula de Matando Güeros, su álbum debut.
Desde luego, esta vez la noticia era Pocho Aztlán (Nuclear Blast) el cuarto disco de la banda, publicado 16 años después de Brujerizmo, el último que hicieron con Roadrunner/Kool Arrow.
“Este disco no es sobre asesinatos o sobre las cosas que hablábamos antes. Más bien vuelve al tiempo en que yo era el niño moreno en un vecindario de blancos. Yo supe cómo escribir de estos temas porque me jodió. Esta vez, es un disco sobre el futuro”, comentó Juan Brujo, además de describir el concepto que hay detrás: Pocho es la manera despectiva de llamar a los hijos de mexicanos nacidos en Estados Unidos, mientras que Aztlán es, en términos generales, la Tierra Prometida dentro de la cultura azteca.
Juan Brujo, de hecho, se asume pocho y lo que dice en el texto de la canción es claro: “Hay una raza escondida. En país más fuerte ya está metida. Aunque hay fronteras, siempre llegan. Hogares hacen, pochos nacen. Trabajos roban por el Home Depot. Hijos de mojados. Pinches pochos. Hay una raza bien metida. En Estados Unidos ya está mezclada. Hijos de mojados, de dónde son. No nos quieren aquí y allá menos y cuando preguntan “De dónde eres”, les digo que soy del reino de Pocho Aztlán”.
El álbum no es, desde luego, de un set de canciones completamente desconocidas. Algunas de ellas, como “Debilador”, “Ángel de la frontera” y “No se aceptan imitaciones” habían sido publicadas sin mucha fanfarria durante los últimos años, y ahora aparecen dentro de un contexto mayor, en el que no sólo se destaca la evolución técnica de la banda y un mejor sonido y mejores ideas, también en la continuidad de un discurso social y político que (bromas más, bromas menos) han sido el eje de Brujería: dar cuenta de una realidad y de un modo de ver las cosas: el choque de mundos y el choque cultural que se produce entre México y Estados Unidos, asunto del que nadie quedó indiferente antes ni menos ahora, cuando lo que todos vimos como una ironía resultó verdad: para el Record Store Day del año pasado, Brujería publicó un 7” llamado Viva Presidente Trump! (las canciones no figuran en el álbum y se hizo un primer prensaje de mil copias que se acabó a las pocas horas).
Pocho Aztlán suena fresco y variado. Hay más texturas que el grindcore de sus discos previos. Se grabó en seis estudios y momentos diferentes. Además, la variedad de aportes de los músicos compositores potencia las letras de Juan Brujo, que esta vez superan el empeño por el mal gusto y la guturalidad. Allí está, por las dudas, la notable versión de “California Uber Alles”, de Dead Kennedys, esta vez dispuesta como “California Uber Aztlán”.
Brujería es de esas bandas para ver en vivo una y otra vez. El concierto que ofrecerá en el Teatro Teletón el próximo sábado 1 de abril será el sexto en nuestro país, y aunque el contingente de músicos que vendrá esta vez siempre es un misterio, lo importante será conocer cómo suena en vivo lo nuevo (y lo mejor) de Pocho Aztlán. Hay que ver a Brujería. Hay que leer sus letras. En una época en que todos todo parece dicho y hecho, llevar casi 30 años confiando en la fuerza del español es un asunto que va más allá de la música.